El desnudo público en Grecia y Roma clásica. Parelelismos con la desnudez en la actualidad. (ARTÍCULO INÉDITO EN PAPEL)
RESUMEN La permisividad hacia el
desnudo en nuestros días sólo cuenta con un precedente histórico: el mundo
clásico. ¿Se ha cerrado un ciclo de pudibundez que abarcaría desde la alta edad
media hasta finales del siglo XX? El artículo expone las diversas
interpretaciones psicosociológicas que se han ofrecido hasta la fecha sobre la
desnudez entre nuestros antepasados grecolatinos, referidas tanto al desnudo en
el ámbito cotidiano como al desnudo en el arte, para proyectarlas después sobre
el presente actual. Discriminamos la pornografía, cuyo ámbito es privado y
restringido, para centrarnos en aquellas tipologías de desnudo comúnmente
aceptadas como decorosas o suficientemente púdicas para ser toleradas en el
ámbito público.
En la
última campaña publicitaria de perfumes Yves Saint-Laurent aparece un desnudo
integral masculino. Habituados y bombardeados de desnudez por los medios de
comunicación de masas, esta campaña no ha escandalizado a casi nadie. No
obstante, debe llamar la atención del humanista, especialmente del sociólogo y
del historiador del arte, porque la sanción de la desnudez integral dirigida a
un público vasto y sin discriminaciones de sexo o edad, no ha tenido lugar en
Europa desde los tiempos clásicos. Quizá se ha completado un ciclo de
pudibundez que arrancaría a finales del Imperio romano, fomentado por la Iglesia
católica, para terminar en los umbrales del siglo XXI. No menor interés merece
el desnudo integral femenino, prohibido en Grecia y Roma incluso en la
representación artística, y todavía hoy soslayado mediante desnudos centrípetos
que oculten la vagina.
Definiciones y acotación
Por
desnudo integral entenderemos aquel desnudo que comporta la exhibición de los
genitales primarios, y por desnudo parcial sobre todo el desnudo del pecho.
Atendiendo a estas tipologías del desnudo, serán objeto de nuestro estudio:
-El
desnudo integral masculino en el ámbito cotidiano y en el ámbito de la
comunicación visual grecorromanos.
-El
desnudo integral masculino en el ámbito de la comunicación visual de nuestro
tiempo.
-La
prohibición del desnudo integral femenino en todos los ámbitos públicos (vida
cotidiana, arte, comunicación visual) tanto en el mundo clásico como en
nuestros días.
-El
desnudo parcial femenino.
No es
objeto de nuestro estudio el desnudo parcial masculino, inocuo entonces como
ahora.
1. El desnudo masculino
La musculación:
fuente de erotismo, símbolo de vigor y autodominio
Estetas,
filósofos e historiadores como Roger de Piles, Winckelmann y Hegel han visto en
el desnudo clásico un mecanismo para elevar al hombre por encima del tiempo, el
espacio, la individualidad y la decadencia: “Los griegos han representado
siempre el poder, las fuerzas de la vida y la libertad mediante el desnudo”,
sostiene el sociólogo Marc-Alain Descamps[1]. De acuerdo con este enfoque el arte griego aspiraría a producir una
imagen abstracta del hombre perfecto –aunque basada en la observación de la
naturaleza– preservada de los defectos y fealdades mediante la estilización. En
los bellos atletas y guerreros desnudos hemos de reconocer a los sucesores de
los dioses y los héroes homéricos, ataviados todos ellos por el arte del mismo
modo: sin ropas[2].
Más
allá de la simbología de lo divino, diversos estudiosos están de acuerdo en
relacionar el desnudo masculino integral con la presentación de la especie
humana primigenia, la cual, para nuestros antepasados, no era otra que el ser
humano de sexo masculino. En efecto, los mitos atávicos corroboran que la mujer
surgió del hombre: Eva de Adán y Atenea de Zeus. Se estimaba al varón como
único género original. Sobre este particular, Stewart nos invita a considerar
dos fases para estudiar el desnudo artístico en Grecia:
a) Una primera anterior al siglo VIII a. C. cuando tanto hombres como
mujeres eran ilustrados desnudos. Las imágenes que se conservan presentan la
desnudez en los más diversos contextos simplemente para que el espectador
distinga la especie -humana- y el género -varón o hembra-.
b) En la segunda fase, desde finales del siglo VIII a. C., las estatuas
femeninas están vestidas pero no las masculinas. La desnudez ha devenido un
signo exclusivo del varón. No se puede dar otra explicación dada la variedad de
sujetos y contextos en que aparece desnudo: “Al haber restringido el primitivo
signo de género a los hombres, el artista parece afirmar que el hombre en su
desnudez total representa el género natural y la mujer el género artificial o
manufacturado -por el hombre, claro. Haciendo esto,
declara que el verdadero hombre es el hombre en su estado natural actuando
libremente en el mundo tal como los dioses lo crearon”[3]. La socióloga Giulia Sissa corrobora esta opinión: “Para los
intelectuales de la Antigüedad la mujer es inferior al patrón de su anatomía,
el hombre”[4].
Además de significar el género natural de la especie humana, la
iconografía del desnudo masculino grecorromano sugiere otros significados
debido a su idealización. Nótese que se trata invariablemente de hombres
jóvenes y radiantes de musculatura, siendo muy raras las representaciones de la
decrepitud senil y la enfermedad. ¿Por qué siempre hombres de tersa musculatura?
Los estudiosos llegan a proporcionar cinco virtudes que desean ponerse de
manifiesto mediante la musculación:
1. El coraje en la guerra, virtud entendida como función del
hombre y contrapuesta a la de la mujer, la reproducción[5]. Los músculos constituyen un indicio contundente de la única virtud
que puede verse y en consecuencia ser reconocida unánimemente con sólo echar un
vistazo: la fuerza física, la cual acostumbra a simbolizar su trasunto moral,
el coraje. Ninguna otra virtud puede identificarse con igual grado de
facilidad. La inteligencia, por ejemplo, no puede percibirse a través de los
sentidos, no puede por ende representarse, e incluso la belleza depende de
cánones mutables y rebatibles. Sólo la fortaleza puede ser objeto de la
representación de entre todas las virtudes porque la mera presencia de los
músculos nos confirma su presencia.
2. La individualidad. Se trata de hombres solos, y en el caso de
escenas guerreras, de enfrentamientos cuerpo a cuerpo: “La imagen suprema de la
masculinidad en el arte griego no es nunca la máquina colectiva de matar que
supone una falange sino el guerrero individual, representado exactamente en el
momento en que el destino juega su papel: es decir, cuando está solo. Con esta
imagen cualquier griego podía identificarse, en ella se veía a sí mismo”[6].
3. La belleza, que en aquel entonces residía principalmente en
el varón[7]. Se ha apuntado numerosas veces lo que pudiéramos llamar “estética
estructuralista” de los griegos hacia la belleza humana. Según Aristóteles, la
mujer es menos bella que el hombre porque su mayor cantidad de grasa subcutánea
difumina la estructura muscular; carece de diartrosis o articulación definida
entre los diferentes órganos. Sabemos que no se trata de una opinión particular
del filósofo sino de una idea ampliamente difundida entre los antiguos[8].
4. Virtudes espirituales: el autodominio. De modo inconsciente
los humanos relacionamos belleza física con virtudes espirituales y morales.
Esta relación, que los modernos solemos considerar injusta y absurda, gozó de
gran popularidad entre los pueblos antiguos. Según el sociólogo Jean Brun, para
los griegos la belleza del cuerpo tenía esencialmente la misión de expresar la
belleza del alma que lo habitaba[9]; para Henri Licht, la fórmula “bello de cuerpo y bello de alma” acuña
la perfección del ideal masculino antiguo[10]. Ya hemos apuntado que la musculación puede simbolizar el coraje;
concedámosle igualmente que simbolice el autocontrol. En tanto que resultado de
un esfuerzo, la musculación nos habla de disciplina y tenacidad, de la
determinación del hombre para vencer el desánimo y la pereza.
5. Sustituto del falo. Por fin, de forma sublimada los músculos
pueden sustituir al falo al recordar su dureza[11]. Al tiempo, no se comportan con la imprevisibilidad de aquél, es
decir, no traicionan la alta valoración que el griego dispensaba hacía de su
autocontrol.
Proyectemos ahora estas interpretaciones sobre el desnudo integral
masculino en los albores del siglo XXI. Apenas habrá que mover una frase. Desde
luego, dado el pacifismo del medio occidental contemporáneo y la
profesionalización del ejército, consideramos improbable que un joven que
cultiva sus músculos pretenda comunicar coraje en la guerra como destino de su
género sexual. No obstante, la relación entre los músculos y el combate,
consolidada como iconografía tradicional del género bélico sigue seduciendo al
público, y así los actores del cine violento acostumbran a ser varones
tremendos como Stallone o Van Dam. Tampoco podemos negar –en estos actores o en
cualquier joven culturista– la pretensión de incrementar la belleza y el
atractivo erótico, ni el ideal de juventud, cuyo mejor símbolo es la piel tersa
y los músculos endurecidos.
El autodominio: de
virtud masculina a virtud universal
Aún nos
queda realizar una última proyección sobre el ideal físico de nuestros días: la
virtud del autodominio, del poder sobre el propio cuerpo y la propia mente,
tradicionalmente una virtud masculina y acaso nacida por oposición a la
histeria femenina. Desde finales del siglo XIX las mujeres han comenzado a
arrogarse esta virtud porque en la actualidad hombres y mujeres se reparten los
roles públicos y privados con creciente equidad, porque se hallan por vez
primera en la historia competiendo frente a frente en campos idénticos. Las
mujeres también desean comunicar esta virtud clásica y acuden a los gimnasios
para endurecer sus cuerpos y eliminar la adiposidad, elemento al cual el
repertorio simbólico masculino atribuye la pasividad y la desidia. Más aún, de
la confrontación que supone la coincidencia de tener a los dos géneros sexuales
musculados, se ha pasado a un nuevo símbolo que permite a las mujeres
significar su autodominio sin faltar a la ley fundamental del dimorfismo
sexual: la delgadez. Las mujeres tenidas por más atractivas de nuestro tiempo
exhiben un cuerpo tenso y enjuto, porque la delgadez, como la musculación,
puede igualmente simbolizar el control de la mente sobre la laxitud de los
apetitos. Así lo expresa el sociólogo francés Gilles Lipovetsky: “Toda
mujer que quiere estar delgada
manifiesta mediante su cuerpo la volición de apropiarse las cualidades de
voluntad, de autonomía, de eficacia, de poder sobre sí misma tradicionalmente
atribuidas al varón”[12].
La deificación por
el desnudo
No
podemos transferir todos los significados del desnudo grecolatino a nuestra
realidad actual. Hoy prevalece la función erótica sobre otras más sutiles. Sin
embargo nuestros antepasados leían en el desnudo un significado que no
puede extrapolarse a nuestra sociedad: la naturaleza divina. El Doríforo
(fig. 1) no representa a un joven concreto sino un ideal masculino donde las
virtudes físicas y morales se traducen en un aspecto lozano y vigoroso. Como
los dioses eran representados con los mismos rasgos de belleza y desnudos, esta
iconografía llegó a significar eternidad, y los gobernantes absolutistas
comprendieron que podían aprovecharla para publicitarse como hijos de
inmortales y justificar teológicamente su derecho a gobernar. Les avalaba la
creencia según la cual un mortal podía alcanzar la eternidad a través de sus
hazañas y heroicidades; contaban con los ejemplos de Heracles, Dioniso y
Asclepio. Los historiadores hacen responsable a Alejandro Magno –ejemplo
espectacular de héroe– y a su escultor de cámara, Lisipo, del asentamiento y
consolidación de la monarquía divina y de la subsiguiente iconografía del héroe
terrenal divinizado mediante el desnudo[13]. Tras él todos los gobernantes trataron de deificarse sumando leyendas
épicas, parentescos increíbles y vigorosas estatuas. Paul Zanker aprecia
acertadamente que cuando el emperador Octavio recibió el título de Augusto, su
iconografía fue modificada de forma radical y codificada según los rasgos de la
estatuaria griega que mejor comunicaban su naturaleza inmortal: desnudez
atlética y efigie inspiradas en el Doríforo de Policleto. Augusto
provenía de un dios, César, y éste de Venus, mientras la estirpe Antonia, cuyo
hijo más famoso fue Marco Antonio, defendía que su sangre procedía de Hércules
a través de uno de sus hijos, el desconocido Antón[14]. No obstante el éxito de la tipología artística del desnudo regio, el
mismo autor nos recuerda la impresión inicial que aquellas estatuas honoríficas
debieron de causar entre los romanos de la vieja República, caracterizados por la
pudibundez:
En el mundo
helenístico (...) la desnudez y la figura de pie recordaban a las estatuas de
los dioses y de los héroes, estableciendo una analogía entre el personaje
representado y los modelos de las figuras míticas conocidas. Sin embargo, una
comparación y un enaltecimiento de este tipo era ajeno a la tradición romana.
Desde antiguo, la res publica
utilizaba la figura togada como estatua honorífica. De este modo, el
homenajeado era identificado como cónsul, pretor, augur, etc. a través de los atributos
y de los signos correspondientes a su cargo político o sacerdotal que aparecían
señalados directamente en la toga (...). Para los opositores políticos que
comprendían el lenguaje de la deificación humana de los griegos, la
magnificencia corporal de las estatuas era portadora de una pretensión
inaceptable. Pero la gran masa de romanos no helenizados no debió ver en ellas
más que una obra inmoral (...), pues la desnudez era para muchos expresión de
impudicia. La desnudez era sobre todo un signo de inmoralidad “griega” (se
refiere a la homosexualidad)[15].
Del
éxito de la iconografía que nos ocupa el arte romano nos ha legado una prueba
fehaciente: las corazas metálicas que reproducen y exageran la fortaleza de los
torsos, paradigma del vestido antropomorfo sin equivalentes antes o ahora. Pero
erramos si las clasificamos junto al vestido militar porque no eran empleadas
en la batallas; se trata de una versión ceremonial del uniforme guerrero, a
todas luces un medio de aproximar a quien la viste al prestigiado desnudo de
las estatuas de dioses y héroes. Dicho de otro modo, la coraza antropomorfa no
es un vestido sino un disfraz, en concreto un disfraz de dios guerrero que
aproxima a su portador a Ares / Marte. En cualquier caso, constituyen la prueba
más irrebatible del prestigio de la musculación en el mundo romano clásico[16].
La exhibición de
los genitales: el desnudo integral en
Grecia
Esta
tipología de desnudo logró materializarse en la vida cotidiana de nuestros
antepasados griegos. Se trata de un suceso aislado en la historia, un fenómeno
ausente en todas las civilizaciones que han superado el estadio paleolítico. De
hecho, la prenda de vestir más antigua que se conoce, el taparrabos, se inventó
lógicamente para ocultar los genitales masculinos y muy probablemente con una
finalidad de protección mágica doble: contra los espíritus que pudieran
inocularse a través del meato y contra el mal de ojo. Para hallar prácticas y
representaciones masculinas de desnudo integral tenemos que remontarnos nueve
mil años en el tiempo hasta el paleolítico superior y contemplar los frescos
levantinos de Cogull (Lérida), o bien sólo dos mil años hasta la edad clásica
de nuestra civilización[17]. Entre ambos momentos se desarrolla un neolítico pudoroso con la
desnudez de los genitales. ¿Cómo lograron nuestros antepasados griegos
recuperar la desnudez integral? ¿Cómo superaron las supersticiones mencionadas
–si eso fue lo que realmente superaron–, o cómo superaron el pudor que sobre
los genitales se había asentado durante milenios? Sin ir más lejos, sus
predecesores cretenses y micénicos no se representaban completamente desnudos,
y en Oriente el vestido había sido teologizado mil quinientos años atrás: Adán
y Eva se visten.
Por sí
sola la cultura griega homoerótica no puede explicar la elevada valoración del
desnudo entre los antiguos pobladores de las península helénica[18]. En Grecia la desnudez integral fue una costumbre reforzada por un
sólido sentimiento de estima hacia la propia belleza física, fruto del deporte
y símbolo del vigor, y por la observación de la desnudez como un elemento
natural. Según algunos autores a los que secundamos, otra circunstancia que
vino a reforzar el desnudo en Grecia fue la xenofobia contra los persas[19]. Frente al pudor de los enemigos orientales, el desnudo se convirtió
en el “vestido nacional” de los griegos, aquel que los distinguía de los
odiados medos: “Hacia el período clásico, el desnudo se ha convertido en el vestido del ciudadano, quien se
distingue física e indumentariamente del
esclavo, de las mujeres y de los bárbaros”, afirma Arnold Stewart[20]. Al tiempo la vergüenza hacia el propio cuerpo adquirió el estigma de
la barbarie y la mácula del salvajismo. Inferencia: el desnudo masculino no
aparece en Grecia como un estadio primitivo sino como una victoria sobre un
prejuicio, a la inversa del pudor hebreo.
Refiere
la leyenda –o la historia, como sabemos casi lo mismo para los griegos–, que la
práctica del desnudo integral se inauguró en el año 720 a. C. cuando el atleta
Orsippos de Megara ganó la carrera de 200 yardas después de habérsele
desprendido el taparrabos. Luego Akanthos de Esparta se lo quitó
deliberadamente y corriendo desnudo (gymnos,
de donde viene la palabra gimnasia) ganó otra competición. La costumbre del
desnudo se impuso con tal éxito que Platón y Tucídides atestiguan su
universalidad en la Hélade del siglo V[21].
En
realidad, esta desnudez absoluta sólo se toleraba en el baño y en la palestra;
pero si podía contemplarse en un lugar público como un circo deportivo o un
gimnasio, parece legítimo suponer que en otras situaciones cotidianas tampoco
despertara rubores. Este hecho certifica que nos las habemos con un desnudo
completo que podía “vestir”, en el sentido de que no implicaba el apuro y la
humillación que sentiríamos los modernos.
Los
romanos no fueron tan lejos. Del contacto con los griegos se asumió la
representación sin ropas de dioses y prohombres. También transigían con el
desnudo en las abluciones públicas, pero la práctica deportiva demandaba una
pampanilla que cubriera el sexo. Los romanos nutrían un talante pudoroso que se
fue acrecentando hasta final del Imperio. Constantino llegó a cerrar las termas
alegando que se habían convertido en centros de depravación[22], y el Código de Justiniano, harto más severo, admitía que un marido
repudiara a la esposa que las frecuentase[23]. Contra el uso de sus predecesores en el trono imperial, ninguno de
estos emperadores fue retratado desnudo.
La
desnudez integral cae en barrena bajo el dictado de la Iglesia católica, aunque
no la hubiera condenado el cristianismo temprano. Los adamitas, una de las
setenta sectas conocidas que pueden relacionarse con la influencia de la
doctrina cristiana, llevaban en su denominación su programa: volver a ser Adán,
retomar la inocencia original en contraste con el materialismo del mundo. El
vestido era para ellos el mismo de Adán antes del pecado, es decir, ninguno[24]. En realidad, estos primeros cristianos heredaban una de las doctrinas
centrales de los cínicos, para los que la desnudez constituía la expresión de
la verdad[25]. El pudor genital se fue integrando paulatinamente; según Paul Brown,
no culmina hasta bastante después de la caída del Imperio romano de occidente,
cuando:
El cuerpo
humano ya no era puesto en su sitio, como un eslabón de la cadena del ser. No
se fomentaba que compartiera con el mundo animal placeres en los que podía
complacerse abiertamente hasta que la enfermedad y la tenebrosa cercanía de la
vejez los hicieran desaparecer. En el pensamiento católico de la Edad Media, la
carne humana emergió como algo tenebroso. Su vulnerabilidad a la tentación, a
la muerte e incluso al placer, era una manifestación dolorosamente apropiada de
la voluntad cojeante de Adán[26].
Dos mil
años después, los contemporáneos no hemos conseguido recuperar un ámbito
cotidiano para el desnudo integral masculino, el cual, como el femenino, se ve
forzado a ocultarse en las playas nudistas. Sin embargo, esta desnudez
experimenta hoy un momento de recuperación en los medios de comunicación
visual, quizás acaba de iniciarse una fase de transición hacia la liberación
del cuerpo masculino de los viejos pudores.
Un canon para la
exhibición pública del pene
Digámoslo
claramente: no es tanto la desnudez de las estatuas como la exhibición de los
genitales masculinos lo que ha asombrado a varias generaciones de estudiosos.
Porque esta exhibición ha sugerido erróneamente que nuestros antepasados
grecolatinos carecían de pudores. Sin embargo, el repaso de un número no
necesariamente elevado de estatuas nos lleva a una conclusión mucho más
sorprendente: todos los genitales son prácticamente iguales, de donde se deduce
un canon estricto que indicaba al artista cómo esculpir el sexo sin faltar al
decoro. La estatuaria pública nunca exhibe penes erectos[27], estos acusan una notable atrofia, una desproporción evidente con
relación al cuerpo del que penden, y siempre ocultan el glande. Profundicemos
en estas cuestiones.
1. Ausencia de erección. Este punto no merece mucha explicación
porque es lógico que se desestimara la erección fálica en las representaciones
de héroes, dioses y gobernantes, en las que se quería llamar la atención sobre
cualidades espirituales y morales sobre las menos solemnes. Además debemos
entender la representación del pene relajado en concordancia con la descrita virtud
de autodominio tan importante a la masculinidad clásica. Siglos después, San
Agustín empleará el mismo argumento para fomentar este tipo de pudor entre los
cristianos[28].
2. Ocultación del glande. Aunque la práctica de la circuncisión
no fuera desconocida ni despreciada, podemos considerar que esta operación
resta al pene, necesariamente, naturalidad; una vez más, se llamaría la
atención sobre un elemento terrenal y baladí que menoscabaría la sugestión de
solemnidad. Además, en un pene al que no se ha efectuado esta operación, el
glande únicamente queda visible por la erección. Pues bien, parece ser que la
exhibición del glande molestaba a la decencia griega hasta el punto de
infibular y atar el prepucio en torno al glande para evitar que sobresaliera en
caso de erección[29]. Contra posibles incidencias de esta índole, incluso se desarrolló un
método para alargar el prepucio denominado epispasmos[30].
3. Atrofia del pene. Las estatuas públicas que ilustraban héroes
de la mitología, la política y el deporte exhibían músculos poderosos y al
tiempo penes atrofiados y con el glande oculto. Sabemos que la exhibición de un
pene grande resultaba ridícula y grotesca, razón por la cual el artículo más
característico de los cómicos griegos no era otro que unos leotardos que
llevaban adherido un enorme falo postizo[31].
Volvemos ahora sobre el mundo actual para encontrar en los desnudos
masculinos públicos una coincidencia (ausencia de erección) y una diferencia
(ausencia de atrofia). Primero tratamos la coincidencia. La exhibición pública
del pene, ya sea en cine o en otros medios, exige, contra la acusación de
pornografía, la ausencia de erección. Este límite permite a una revista como Playwoman
la clasificación de revista erótica pero no pornográfica, constituye el límite
del decoro en las revistas de divulgación gay, y, una vez más, es el mismo
límite que respeta el citado anuncio de perfume de la empresa Yves
Saint-Laurent. Canon, pues, acomodado a una situación ambigua que nos recuerda
la hipocresía del convencionalismo según el cual el perjuicio o el beneficio
erótico a que pueda dar lugar el desnudo radica en la mentalidad del espectador
más que en la imagen contemplada. Segundo, la ausencia de atrofia se explica
por la carencia moderna de aquel prejuicio contra los penes de grandes
dimensiones.
Pero asombrémonos de nuevo. En el mundo clásico la representación
inarmónica de los genitales viriles en las estatuas públicas cohabitaba con el
tradicional culto itifálico. Griegos y romanos fomentaron la imagen munificente
del falo, acaso heredada de Egipto, tierra de obeliscos. Esta superstición
explica que las mujeres se sentasen sobre piedras más o menos faliformes para
imbuirse de su poder fecundador, y que fuera costumbre marcar los campos
fértiles con balizas protectoras denominadas hermai. El símbolo del órgano masculino erecto significaba buena
suerte y constituía un símbolo de la fertilidad que se colocaba en los umbrales
de los hogares, los jardines y los cruces de caminos[32]; empero, el símbolo de los genitales femeninos servía para localizar
los burdeles[33]. Diecisiete siglos de intemperie no han sido suficientes para barrer
los vestigios de la Avenida de Príamo en la isla de Delos, flanqueada por
monumentales falos sobre peanas. Los niños nacidos libres se distinguían por el
adorno específico de sus togas y por un colgante que llevaban al cuello, la bulla, un estuche donde encerraban un
amuleto fálico, y la fiesta romana de la Liberalia, que tenía lugar los 17 de
marzo, celebraba la primera eyaculación del muchacho[34]. Algo queda del culto itifálico en nuestro mundo contemporáneo: falos
estilizados son esos llamadores de puertas que todavía vemos en algunas casas
rurales, con sus correspondientes testículos a modo de agarraderos, y numerosos
remates arquitectónicos en los tejados, así como fuentes y surtidores que
recuerdan la fecundidad.
2. EL DESNUDO
FEMENINO
El único desnudo femenino admisible en el mundo clásico y en nuestros
días es el desnudo parcial, conducente sobre todo a la exhibición de los senos.
Siguiendo un estudio de Beth Cohen, el arte grecorromano ha desnudado el pecho
de la mujer con dos propósitos: significar maternidad y erotismo[35]. Ambas funciones han llegado hasta nuestros días sin modificación ni
enriquecimiento. La misma autora establece una subdivisión del desnudo erótico
clásico; apréciese la vigencia: mujeres con el pecho desnudo accidentalmente,
ocasionado por un esfuerzo o movimiento de la figura; mujeres con el pecho
descubierto a causa de un acoso violento por parte de los hombres. En este caso
el valor erótico se ve reforzado por el sadismo y el desnudo femenino, entonces
como ahora, connota vulnerabilidad.
La belleza
femenina: de maldita a gloriosa, de gloriosa a objeto inerte
El
desnudo femenino ha recorrido en la historia un trayecto complejo, en el que ha
pasado de la condena a la admiración y el elogio hasta devenir finalmente un
mero objeto sexual.
Hemos
visto que en Grecia y Roma la belleza femenina era juzgada inferior a la
masculina, pero hemos de aclarar que este hecho no implicaba su desprecio, ni
mucho menos. Por el contrario, los epigramas y la poesía helenística exaltan
las excelencias del cuerpo mujeril. El problema con la belleza femenina
revestía un matiz particular. Si la belleza masculina, como hemos explicado,
sugería todo un rosario de virtudes físicas y espirituales, la belleza femenina
era mezquinamente relacionada con la tentación. Tanto para la tradición
judeocristiana como para los grecolatinos la belleza de la mujer está maldita
desde su origen. El Génesis no lo especifica, pero cabe pensar que Adán se dejó
tentar por los encantos de Eva, y a menudo las heroínas bíblicas, Sara, Salomé,
Judit, son hermosas y perversas, siempre seductoras. En Grecia la primera mujer
fue Pandora, la causante de todos los males de la humanidad, y Hesíodo la juzga
malvada en tanto que hermosa y seductora. Luego, ¿cómo tolerar una belleza
maldita? Así el arte del desnudo femenino público producido por el arte
clásico, que analizaremos más adelante, se concentrará exclusivamente en
Afrodita y su atractivo físico. Las llamadas Venus púdicas grecolatinas son
mujeres conscientes de su belleza y recogidas sobre sí mismas con la modestia,
avergonzadas de poseer algo pernicioso para los demás. Del contraste de
posturas entre el Doríforo y las Afrotitas helenísticas se desprende que
el primero ejemplifica una belleza virtuosa y las segundas una belleza
nociva.
La
glorificación de la belleza femenina surgió a finales de la Edad Media junto
con el amor cortés. Desde el Renacimiento la mujer se convierte en sexo bello y
a su gloria se escriben tratados que la espiritualizan y se pintan Venus
púdicas que la canonizan. Sin embargo esta glorificación nunca logró superar el
ámbito restringido de las élites intelectuales y económicas hasta finales del
siglo XIX; entre el pueblo, por el contrario, la belleza de la mujer continuó
relacionándose con la tentación y siguió condenándose fuente de pecado. Para el
sociólogo francés Gilles Lipovetsky, debamos considerar a la Alta Costura la
responsable de trasladar el culto del bello sexo a las masas. En efecto, la
moda comienza a ser considerada un arte desde mediados del siglo XIX y en el
tributo que rinde a la mujer la ensalza y cosifica vaciándola de connotaciones
más sutiles que las meramente estéticas. La glorifica como objeto hermoso y
susceptible en consecuencia de la especulación y la creación artísticas, pero
vacía a su hermosura de componentes morales. La ópera primero y el cine después
comunican al público que hay hermosas buenas y bellezas fatales. Paulatinamente
la belleza deviene apenas una característica física: la belleza física comienza
a relacionarse exclusivamente consigo misma”[36].
En
Grecia y Roma el desnudo femenino integral brilla por su ausencia, prohibido
incluso en la figuración artística, pues resultaba sencillamente escandaloso e
indecente[38]. Castigado por sorprender desnuda a Diana, Acteón fue transformado en
ciervo y devorado por sus propios perros; Tiresias quedó ciego por mirar a
Afrodita bañándose. El estudio de la Afrodita
Knidia (fig. 2) nos
interesa particularmente porque constituye el único desnudo integral femenino
del arte helénico, porque es una Afrodita consciente de su desnudez –elemento
de que carecen los desnudos masculinos–, y porque no constituye un desnudo
completo al carecer de vulva. No obstante, representa la mejor aproximación que
el arte clásico nos ofrece de esta tipología del desnudo femenino e inaugura
una serie inacabada de destapes en el arte: las Venus de Giorgione, Tiziano y
Velázquez, la Maja de Goya, la Olimpia de Manet y las señoritas
de Picasso ocultan los labios vaginales. La Knidia
(s. IV a. C.) instala en el arte un nuevo género artístico que ha merecido el
título de Venus púdicas.
Hay que
reconocer una osadía extraordinaria a su escultor. Pese al eufemismo
iconográfico del paño y la vasija, insertados para sugerir que Afrodita se ha
despojado de sus ropas para bañarse –excusa que nunca requirieron los desnudos
masculinos–, esta obra carece de precedentes tan “descubiertos”[39]. Y algo tanto o más notable: entre la Knidia y sus sucesoras,
ya fueran copias o derivadas, media un intervalo de más de doscientos años,
dato que corrobora la tesis sobre la pervivencia del prejuicio masculino sobre
el desnudo femenino[40].
Hemos
de preguntarnos qué permite a la Knidia aparecer desnuda en un medio tan
hostil. El permiso lo obtiene de su propio pudor. La mano se dirige hacia la
vulva para ocultarla y, aunque en realidad no hay nada que ocultar, el mero
ademán significa el pudor femenino, la discreción o decoro (aidos) que
los maestros griegos inculcaban en las jóvenes[41]. Frente a los desnudos masculinos, centrífugos, expansivos, orgullosos
de su desnudez, la Knidia es una Afrodita mojigata.
La
trascendencia de la Knidia podemos rastrearla todavía en el siglo XXI y
no solamente en el ámbito del arte. En los anuncios de lociones corporales, los
que suelen exhibir un desnudo más completo de la mujer, las modelos reciben un
enfoque sesgado que evite la develamiento del sexo. Como la Knidia, y al
contrario que el Doríforo, se trata de mujeres dotadas de aidos,
y de ella nos habla claramente el recogimiento de los miembros en poses
centrípetas. Subyace el ideal de
castidad, es decir, el ideal femenino más importante de la historia, el cual
también exige que las piernas se ofrezcan cruzadas aunque la mujer se encuentre
vestida. Volveremos sobre este ideal.
La vulva:
supersticiones en torno a la menstruación
Pero
¿por qué la Knidia no tiene vulva? ¿Qué hacía del sexo femenino algo tan
horrible hasta el punto de vetar su representación figurativa? Mi tesis es la
siguiente: las supersticiones en torno a la menstruación. La calificación de la
menstruación como fuente de impureza -y de las
menstruantes como mujeres impuras-, señalada
ya en el Levítico[42], encuentra confirmación en numerosos textos científicos y médicos
antiguos: Aristóteles escribió que una mujer menstruante podía convertir un
espejo limpio en “algo sanguinolento”, y Plinio el Viejo aseguraba que el
fluido menstrual ostentaba el maléfico poder de esterilizar los campos, agriar
el vino, aherrumbrar el hierro, matar enjambres de abejas y enloquecer a los
perros[43]. En esta línea, un obispo del siglo III, según documenta el sociólogo
Paul Brown, impedía a las mujeres comulgar durante el período[44]. En semejante contexto no debe tenerse por menor aquel capítulo del
Nuevo Testamento en que Jesucristo permite que una mujer afectada por continuas
hemorragias -la hemorroisa- le toque.
A los
poderes oscuros y perniciosos de la menstruación hay que añadir una segunda
superstición. Los antiguos consideraban el flujo menstrual una suerte de
híbrido entre sangre y esperma degradado, incapaz de conferir al feto nada más
que materia, mientras que la prodigiosa semilla masculina le aportaba forma y
alma[45]. Además, al mundo masculino idólatra del orden y el autodominio, la
hemorragia periódica se le antojaba una manifestación añadida de que en el
cuerpo femenino lo salvaje rige más que lo civilizado.
Pues
bien, las supersticiones sobre la menstruación no son exclusivas del mundo
antiguo. Cuando los españoles llegaron a América y observaron desnudas a las
indígenas, llegaron a declarar de utilidad pública la pampanilla que utilizaban
durante el periodo; no por apartar la vagina de la mirada sino para evitar el
influjo de la menstruación[46]. Sin embargo, se diría que la primera interesada en ocultar la
menstruación fuera la propia mujer, consciente de los perjuicios que acarrea
despendiendo de cada afectada: inestabilidad térmica, modificación del ánimo,
indisposición laboral, etc. Con más razón, desea ocultarla a los hombres,
porque la regla, e incluso su cercanía o alejamiento, la predisponen en
variable grado abierta al afecto y la sexualidad. La menstruación impone el veto
a las relaciones sexuales con rigor tan extremado que numerosas mujeres
experimentan mayor apetito sexual durante la menopausia que a lo largo de su
vida fértil[47].
Imposibilidad del
desnudo integral femenino: el ideal de castidad
Las
características morfológicas de los genitales femeninos complican su exposición
al no ofrecerse como un órgano exterior. Así un hombre puede ser retratado
desde infinidad de poses exhibiendo el pene y los testículos, pero este abanico
de posturas se verá muy reducido en el caso de las mujeres. Necesariamente el
registro visual del sexo femenino, para que se aprecie con nitidez el dibujo de
los labios externos, exige un enfoque preciso, el contrapicado, mirada
artificiosa que atenta contra la “naturalidad”, ese límite al que se ciñen las
fotografías eróticas para soslayar la acusación de pornográficas. Sin embargo,
cuando decíamos que la Knidia no tiene vulva nos callamos
intencionadamente que no tenía raja, esto es, ni siquiera un mínimo atisbo de
la separación entre los labios vaginales, los cuales bien podrían percibirse
desde su enfoque frontal y perfectamente “natural”. ¿A qué se debe esta
supresión?
Otra
forma de comprender el tabú del desnudo femenino, ya en la vida cotidiana o en
el arte, ya entonces como ahora, lo constituye el ideal de mujer casta y
recatada. La mujer demuestra su castidad con su recato, al que le sirve
principalmente el vestido. (No nos referimos a la cantidad de ropas que se
precisa para que una mujer sea considerada vestida, asunto muy relativo en el
tiempo y en el espacio: una mujer sií se sentirá desnuda salvo que se oculte
por completo; una mujer de nuestra sociedad occidental puede superar el rubor
de la desnudez con un sencillo bikini.) Todavía para la sociedad, en términos
generales, una mujer que se exhibe desnuda se rebela contra su recato, contra
la castidad que le proporciona gran parte de su respetabilidad, y esta osadía
la paga, cuando menos, con una reducción notable de pretendientes. En la
actualidad el desnudo femenino se nos impone por todas partes, pero se trata
siempre de un desnudo con límites precisos y restringidos. Mientras el hombre
ha recuperado la desnudez integral para la mirada pública, aunque sólo sea en
los medios de comunicación, las mujeres desnudas de la publicidad y del cine
continúan ocultando su sexo; como dijimos, hasta el más pequeño detalle del
mismo. Acaso porque mientras lo oculte, podrá ser considerada en alguna medida
casta. Del igual modo, el hombre podrá ser retratado completamente desnudo
porque a él no se le pide castidad.
Desde
sus orígenes, el ideal de castidad se refiere a la mujer que se desposa virgen
y no mantiene relaciones sexuales con más varón que su propio marido[48]. No es un ideal que proceda únicamente del afán de posesión masculina,
apreciable en una gran cantidad de animales, sino también de la antigua
creencia que comprendía la menstruación como esperma femenino. Se pensaba que
cuando la mujer recibía el semen del varón, este se mezclaba con la sangre
menstrual, de modo que en adelante la sangre de la mujer pasaba a incorporar
una parte de la sangre de su amante. Así el adulterio no suponía una mera falta
contra su marido sino contra toda la prosapia. Por esta razón, en la antigüedad
el adulterio constituía un delito exclusivamente femenino, lo mismo que la
castidad era una virtud exclusivamente femenina[49]. La regulación de la vida sexual femenina en la antigua Roma nos la
explica la socióloga Eva Cantarella:
Si la mujer
estaba casada y se acostaba con otro hombre el delito se llamaba adulterium;
si la mujer era soltera, el delito recibía la denominación de stuprum,
el mismo que se le daba al delito de violación de un joven por parte de un
adulto. En cualquier caso y en lo tocante a la mujer romana, hay que deducir
que una mujer sólo podía tener relaciones en el matrimonio, ni siquiera podía
tenerlas de viuda, caso que la convertiría automáticamente en prostituta[50].
Para
simbolizar la castidad la mujer debía, y para un amplio colectivo social
todavía debe, mostrarse recatada y evitar la exhibición de una belleza que
pudiera alentar a hombres ilegítimos. Con anterioridad al advenimiento de
Cristo, el temor al adulterio llevó a los griegos a encerrar a sus mujeres en
gineceos, mientras los romanos de la República, incapaces de aceptar semejante
ostracismo, exigían un traje talar y un velo que cubriera los cabellos[51]. Se trataba de borrar toda huella de las formas del cuerpo femenino en
la mujer honesta: el velo ocultaba el cabello, de ancestral simbología sexual,
y las grandes túnicas y mantos borraban toda huella del cuerpo que yacía debajo[52]. Pero ya advertimos que el problema de castidad, considerado como
ideal intemporal femenino, no radica tanto la cantidad de ropas cuanto en la
ocultación del sexo.
En
suma, el desnudo integral femenino en el ámbito de la comunicación pública no
será posible hasta que la castidad, en tanto que virtud femenina prioritaria,
pase a mejor vida. Hasta entonces habremos de conformarnos con seguir viendo
hombres completamente desnudos, y con seguir imaginando a las mujeres de la
misma guisa.
[1] M. A. Descamps, Le
nu et le vêtement, Paris: Ediciones
Universitarias, 1972, p. 110.
[2] J. C. Bologne, Histoire
de la pudeur, París: France Loisirs, 1986, pp. 24 y ss.
[3] A. Stewart, Art, desirre and the human body in ancient Greece,
Cambridge University Press, 1997, p. 40.
[4] G. Sissa,
“Filosofías de género”, en G. Duby y M. Perrot (eds.), Historia de las
mujeres, vol. I, Madrid: Altea, p. 79.
[5]
Tesis ofertada por Stewart, ob. cit., p. 88 (toma la sugerencia de
Friedrich Hauser, quien afirmaba que el Doríforo era un guerrero,
posiblemente Aquiles) y R. P. Rubinstein, Dress codes. Meaning and messages in American culture. Colorado: Vestview,
1995, p. 157.
[6] Stewart, ob. cit., p. 92.
[7] Rubinstein, ob. cit., p.57.
[8] R. Olmos Romera, “Anotaciones
sobre la mujer en Grecia”, en La mujer en el mundo antiguo, actas de las
V Jornadas de Investigación Interdisciplinar, Madrid: Universidad
Autónoma, 1986, p. 123.
[9] J. Brun, La
desnudez humana, Madrid: Aldaba, 1977, p. 35.
[10] H. Licht, Sexual life in ancient Greece, Westport: Greenwood
Press, 1975, p. 419.
[11] Sobre simbología
sexual del vestido y de la desnudez: J. C. Flügel, Psicología del vestido,
Buenos Aires: Paidós, 1964, pp. 131 a 157.
[12] G. Lipovetsky, La
tercera mujer, Barcelona: Anagrama, p. 129.
[13]
Cf. J. J. Pollit, El arte helenístico, Madrid: Nerea, 1989, cap I (pp.
49-91) y Anexo I (pp. 423-425).
[14]
Cf. P. Zanker, Augusto y el poder de las imágenes, Madrid: Alianza
Forma, 1992, pp. 23-31 y 66-77.
[15] P. Zanker, The mask of Socrates. The image of the intellectual in
Antiquity, Berkeley: University of California, 1995, p. 25.
[16]
Estas corazas ya existían en el ejército griego, pero nunca con el grado de
naturalismo de las romanas.
[17] Se ha llegado a
apuntar que los varones representados en Cogull llevaban canutos u otros
objetos cilíndricos para proteger el pene, pues estas figurillas exhiben unos
miembros demasiado largos. En este orden de cosas, las supersticiones que
conducen a proteger el pene con taparrabos y otros objetos entre tribus primitivas
tendrían un origen mucho más antiguo del que hemos consignado en el texto. Cf.
E. Casas Gaspar, El origen del pudor, Barcelona: Alta Fulla, 1989, pp.
95-97.
[18] Sobre homoerotismo
griego véase especialmente: S. W. Lewis, “Los hermanos de Ganimedes”, en G.
Steiner y R. Boyers (Comp.), Homosexualidad: literatura y política,
Madrid: Alianza Editorial, 1985.
[19] Esta tesis es objeto
de amplia discusión. La acepta la investigadora S. B. Pomeroy, Diosas,
rameras, esposas y esclavas: mujeres en la antigüedad tardía, Madrid: Akal,
1987, p. 164, pero la rechaza A. Stewart (ob. cit.,, p. 26), quien
sostiene que la xenofobia contra los persas se desarrolló en la Hélade mucho
después de adoptarse como uso el desnudo integral masculino. Según este
investigador, no debe hablarse de xenofobia hasta la posguerra médica (hacia el
año 490 a.C.).
[20] Stewart, ob. cit., p. 26.
[21]
Ídem, p. 27.
[25] Ídem, p. 112.
[26] P.
Brown, El cuerpo y la sociedad: los cristianos y la renuncia sexual,
Barcelona: Muchnick Editores, 1993, p. 581.
[27] La
excepción la marca el culto itifálico que tratamos más adelante.
[28]
Brown, ob. cit., pp. 557-558: “San Agustín identificó el momento de la desobediencia
de Adán y Eva (cuando ven que están desnudos) como un instante de clara
vergüenza sexual (...) Tan pronto como habían hecho ellos su propia voluntad,
con independencia de la voluntad de Dios, partes de Adán y Eva se volvieron
resistentes a su propia voluntad consciente. Sus cuerpos se vieron afectados
por una nueva percepción perturbadora de lo ajeno, en forma de sensaciones
sexuales que escapaban a su dominio. El cuerpo ya no seguía siendo abarcable
por la voluntad. Un síntoma pequeño pero ominoso -en el caso de Adán, la excitación de una erección que no le era posible
controlar-, les advirtió a los
dos sobre la evasión final del cuerpo entero del abrazo habitual del alma con
ocasión de la muerte”.
[29] Kynodesmos era el nombre que recibía
el cordón destinado a tal fin (E. Casas Gaspar, ob. cit., p. 97, n. 1).
[30] Zanker, ob. cit. (1995), p. 347.
[31] A. Pickard-Cambridge, The dramatic festivals in Athens, Oxford:
Claredon Press, 1988, p. 215. En la comedia se
trataban a menudo asuntos obscenos.
[32] Licht, ob. cit., p. 89.
[33] Bologne, ob. cit.,
p. 82.
[34] Brown, ob. cit., p. 79.
[35] B. Cohen, “Divesting the female breast of clothes in classical
sculpture”, en A. O. Koloski-Ostrow y C. L. Lyons (eds.), Naked truths.
Women, sexuality and gender in classical art and archaeology, Londres:
Routledge, 1997, pp. 66-83.
[36] G.
Lipovetsky, La tercera mujer, Barcelona, Anagrama, p. 119.
[37] En este capítulo seguimos el fascinante estudio de C. M. Havelock, The
Aphrodite of Knidos and her sucesssors, University of Michigan, 1995.
[38] Cohen, ob. cit., p. 70. Esparta supone, como en casi todo, una
excepción. Allí las jóvenes realizaban ejercicios físicos completamente
desnudas (Licht, ob. cit., p. 83).
[39] Pueden rastrearse
algunos intentos escultóricos por ofrecer a la vista la naturaleza de la mujer
como la Nike del escultor Paionios (420 a.C.), de túnica completamente
transparente; la Afrodita Genetrix del Louvre, que ya muestra un
pecho (410 a.C.), y la propia Afrodita
de Arlés debida también a Praxíteles y realizada poco antes que la
Knidia (ha. 360 a. C.).
[40] Havelock, ob. cit., p. 2.
[41] N. Salomon, “Making a world of difference”, en A. O. Koloski-Ostrow y
C.L. Lyons (eds.), Naked truths. Women,
sexuality and the gender inclassical art and archaeology. Londres:
Routledge, 1997, p. 211.
[42] B. S. Anderson y J.
P. Zinsser, Historia de las mujeres: una historia propia, vol. I,
Barcelona: Crítica, 1991, p. 45.
[43] Licht (ob. cit.,
pp. 363-376) recoge todo tipo de supersticiones respecto de la menstruación, la
orina y las heces y los amuletos sexuales.
[44] Brown, ob. cit., (1993) p. 580.
[45] Anderson, ob. cit., p. 53.
Licht
es categórico: “La Antigüedad consideraba al hombre, y sólo al hombre, el
centro de la vida intelectual”.
[48] “Cuando
perdía su virginidad, se convertía en una esposa -una mujer sexualmente activa buena- o en una prostituta -una mujer sexualmente
activa mala-. Una esposa tenía
relaciones con un solo hombre, lo que la definía como casta” (Anderson,
ob. cit., p. 56).
[49] Las
mujeres debían guardar fidelidad, mientras los maridos se solazaban con quienes
les apetecía. Demóstenes declaraba en el siglo IV a. C.: “Nosotros (ciudadanos
varones de Atenas) tenemos cortesanas para el placer, concubinas para el
cuidado diario del cuerpo y esposas para criar hijos legítimos y ser unas
guardianas fidedignas y de confianza de puertas adentro” (Anderson,
ob. cit., 1991, p. 63).
[50] E. Cantarella, “La
sexualidad de la mujer romana”, en A. Pérez Jiménez y G. Cruz Andreotti (eds.),
Hijas de Afrodita: la sexualidad femenina en los pueblos mediterráneos,
Madrid: Clásicas, 1995, p. 121.
[51] Sobre simbología
sexual del cabello véase G. Marañón, Vida e historia, Barcelona: Espasa
Calpe, 1943, pp. 154-155.
[52] Cuando
niña la mujer imitaba a la diosa Pudicicia, una diosa velada, para significar
que su virginidad se encontraba convenientemente custodiada e inaccesible.
Después, la mujer se distinguía como mater familias por un alto moño
encerrado bajo un velo (tutulus). La asociación del velo, el traje
blanco y el matrimonio se encuentra también en Roma por primera vez: el color
blanco simbolizaba la inmadurez sexual; el color del velo dependía de la
religión, anaranjado entre las paganas (L. La Follete, “The
costume of the Roman bride”, en Sebesta, J. L., The world of Roman costume,
Madison: University of Wisconsin, 1994, p. 55) y blanco para las cristianas
(R. Turner Wilcox, La moda en el vestir, Buenos Aires:
Centurión, 1946, p. 31). De este velo se esperaba también que simbolizara la estabilidad del
matrimonio (La Follete, ob. cit., p. 56). Las esposas de
los
sacerdotes de Júpiter habían de llevarlo de forma obligatoria; se trataba de un
colectivo al cual se había vetado el derecho de divorciarse.
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