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El desnudo público en Grecia y Roma clásica. Parelelismos con la desnudez en la actualidad. (ARTÍCULO INÉDITO EN PAPEL)

RESUMEN La permisividad hacia el desnudo en nuestros días sólo cuenta con un precedente histórico: el mundo clásico. ¿Se ha cerrado un ciclo de pudibundez que abarcaría desde la alta edad media hasta finales del siglo XX? El artículo expone las diversas interpretaciones psicosociológicas que se han ofrecido hasta la fecha sobre la desnudez entre nuestros antepasados grecolatinos, referidas tanto al desnudo en el ámbito cotidiano como al desnudo en el arte, para proyectarlas después sobre el presente actual. Discriminamos la pornografía, cuyo ámbito es privado y restringido, para centrarnos en aquellas tipologías de desnudo comúnmente aceptadas como decorosas o suficientemente púdicas para ser toleradas en el ámbito público. 


En la última campaña publicitaria de perfumes Yves Saint-Laurent aparece un desnudo integral masculino. Habituados y bombardeados de desnudez por los medios de comunicación de masas, esta campaña no ha escandalizado a casi nadie. No obstante, debe llamar la atención del humanista, especialmente del sociólogo y del historiador del arte, porque la sanción de la desnudez integral dirigida a un público vasto y sin discriminaciones de sexo o edad, no ha tenido lugar en Europa desde los tiempos clásicos. Quizá se ha completado un ciclo de pudibundez que arrancaría a finales del Imperio romano, fomentado por la Iglesia católica, para terminar en los umbrales del siglo XXI. No menor interés merece el desnudo integral femenino, prohibido en Grecia y Roma incluso en la representación artística, y todavía hoy soslayado mediante desnudos centrípetos que oculten la vagina.

Definiciones y acotación  
Por desnudo integral entenderemos aquel desnudo que comporta la exhibición de los genitales primarios, y por desnudo parcial sobre todo el desnudo del pecho. Atendiendo a estas tipologías del desnudo, serán objeto de nuestro estudio:
-El desnudo integral masculino en el ámbito cotidiano y en el ámbito de la comunicación visual grecorromanos.
-El desnudo integral masculino en el ámbito de la comunicación visual de nuestro tiempo. 
-La prohibición del desnudo integral femenino en todos los ámbitos públicos (vida cotidiana, arte, comunicación visual) tanto en el mundo clásico como en nuestros días.
-El desnudo parcial femenino. 
No es objeto de nuestro estudio el desnudo parcial masculino, inocuo entonces como ahora.


1. El desnudo masculino
La musculación: fuente de erotismo, símbolo de vigor y autodominio
Estetas, filósofos e historiadores como Roger de Piles, Winckelmann y Hegel han visto en el desnudo clásico un mecanismo para elevar al hombre por encima del tiempo, el espacio, la individualidad y la decadencia: “Los griegos han representado siempre el poder, las fuerzas de la vida y la libertad mediante el desnudo”, sostiene el sociólogo Marc-Alain Descamps[1]. De acuerdo con este enfoque el arte griego aspiraría a producir una imagen abstracta del hombre perfecto –aunque basada en la observación de la naturaleza– preservada de los defectos y fealdades mediante la estilización. En los bellos atletas y guerreros desnudos hemos de reconocer a los sucesores de los dioses y los héroes homéricos, ataviados todos ellos por el arte del mismo modo: sin ropas[2].
Más allá de la simbología de lo divino, diversos estudiosos están de acuerdo en relacionar el desnudo masculino integral con la presentación de la especie humana primigenia, la cual, para nuestros antepasados, no era otra que el ser humano de sexo masculino. En efecto, los mitos atávicos corroboran que la mujer surgió del hombre: Eva de Adán y Atenea de Zeus. Se estimaba al varón como único género original. Sobre este particular, Stewart nos invita a considerar dos fases para estudiar el desnudo artístico en Grecia:
a) Una primera anterior al siglo VIII a. C. cuando tanto hombres como mujeres eran ilustrados desnudos. Las imágenes que se conservan presentan la desnudez en los más diversos contextos simplemente para que el espectador distinga la especie -humana- y el género -varón o hembra-.
b) En la segunda fase, desde finales del siglo VIII a. C., las estatuas femeninas están vestidas pero no las masculinas. La desnudez ha devenido un signo exclusivo del varón. No se puede dar otra explicación dada la variedad de sujetos y contextos en que aparece desnudo: “Al haber restringido el primitivo signo de género a los hombres, el artista parece afirmar que el hombre en su desnudez total representa el género natural y la mujer el género artificial o manufacturado -por el hombre, claro. Haciendo esto, declara que el verdadero hombre es el hombre en su estado natural actuando libremente en el mundo tal como los dioses lo crearon”[3]. La socióloga Giulia Sissa corrobora esta opinión: “Para los intelectuales de la Antigüedad la mujer es inferior al patrón de su anatomía, el hombre”[4].
Además de significar el género natural de la especie humana, la iconografía del desnudo masculino grecorromano sugiere otros significados debido a su idealización. Nótese que se trata invariablemente de hombres jóvenes y radiantes de musculatura, siendo muy raras las representaciones de la decrepitud senil y la enfermedad. ¿Por qué siempre hombres de tersa musculatura? Los estudiosos llegan a proporcionar cinco virtudes que desean ponerse de manifiesto mediante  la musculación:
1. El coraje en la guerra, virtud entendida como función del hombre y contrapuesta a la de la mujer, la reproducción[5]. Los músculos constituyen un indicio contundente de la única virtud que puede verse y en consecuencia ser reconocida unánimemente con sólo echar un vistazo: la fuerza física, la cual acostumbra a simbolizar su trasunto moral, el coraje. Ninguna otra virtud puede identificarse con igual grado de facilidad. La inteligencia, por ejemplo, no puede percibirse a través de los sentidos, no puede por ende representarse, e incluso la belleza depende de cánones mutables y rebatibles. Sólo la fortaleza puede ser objeto de la representación de entre todas las virtudes porque la mera presencia de los músculos nos confirma su presencia.
2. La individualidad. Se trata de hombres solos, y en el caso de escenas guerreras, de enfrentamientos cuerpo a cuerpo: “La imagen suprema de la masculinidad en el arte griego no es nunca la máquina colectiva de matar que supone una falange sino el guerrero individual, representado exactamente en el momento en que el destino juega su papel: es decir, cuando está solo. Con esta imagen cualquier griego podía identificarse, en ella se veía a sí mismo”[6].
3. La belleza, que en aquel entonces residía principalmente en el varón[7]. Se ha apuntado numerosas veces lo que pudiéramos llamar “estética estructuralista” de los griegos hacia la belleza humana. Según Aristóteles, la mujer es menos bella que el hombre porque su mayor cantidad de grasa subcutánea difumina la estructura muscular; carece de diartrosis o articulación definida entre los diferentes órganos. Sabemos que no se trata de una opinión particular del filósofo sino de una idea ampliamente difundida entre los antiguos[8].
4. Virtudes espirituales: el autodominio. De modo inconsciente los humanos relacionamos belleza física con virtudes espirituales y morales. Esta relación, que los modernos solemos considerar injusta y absurda, gozó de gran popularidad entre los pueblos antiguos. Según el sociólogo Jean Brun, para los griegos la belleza del cuerpo tenía esencialmente la misión de expresar la belleza del alma que lo habitaba[9]; para Henri Licht, la fórmula “bello de cuerpo y bello de alma” acuña la perfección del ideal masculino antiguo[10]. Ya hemos apuntado que la musculación puede simbolizar el coraje; concedámosle igualmente que simbolice el autocontrol. En tanto que resultado de un esfuerzo, la musculación nos habla de disciplina y tenacidad, de la determinación del hombre para vencer el desánimo y la pereza.
5. Sustituto del falo. Por fin, de forma sublimada los músculos pueden sustituir al falo al recordar su dureza[11]. Al tiempo, no se comportan con la imprevisibilidad de aquél, es decir, no traicionan la alta valoración que el griego dispensaba hacía de su autocontrol.
Proyectemos ahora estas interpretaciones sobre el desnudo integral masculino en los albores del siglo XXI. Apenas habrá que mover una frase. Desde luego, dado el pacifismo del medio occidental contemporáneo y la profesionalización del ejército, consideramos improbable que un joven que cultiva sus músculos pretenda comunicar coraje en la guerra como destino de su género sexual. No obstante, la relación entre los músculos y el combate, consolidada como iconografía tradicional del género bélico sigue seduciendo al público, y así los actores del cine violento acostumbran a ser varones tremendos como Stallone o Van Dam. Tampoco podemos negar –en estos actores o en cualquier joven culturista– la pretensión de incrementar la belleza y el atractivo erótico, ni el ideal de juventud, cuyo mejor símbolo es la piel tersa y los músculos endurecidos.


El autodominio: de virtud masculina a virtud universal
Aún nos queda realizar una última proyección sobre el ideal físico de nuestros días: la virtud del autodominio, del poder sobre el propio cuerpo y la propia mente, tradicionalmente una virtud masculina y acaso nacida por oposición a la histeria femenina. Desde finales del siglo XIX las mujeres han comenzado a arrogarse esta virtud porque en la actualidad hombres y mujeres se reparten los roles públicos y privados con creciente equidad, porque se hallan por vez primera en la historia competiendo frente a frente en campos idénticos. Las mujeres también desean comunicar esta virtud clásica y acuden a los gimnasios para endurecer sus cuerpos y eliminar la adiposidad, elemento al cual el repertorio simbólico masculino atribuye la pasividad y la desidia. Más aún, de la confrontación que supone la coincidencia de tener a los dos géneros sexuales musculados, se ha pasado a un nuevo símbolo que permite a las mujeres significar su autodominio sin faltar a la ley fundamental del dimorfismo sexual: la delgadez. Las mujeres tenidas por más atractivas de nuestro tiempo exhiben un cuerpo tenso y enjuto, porque la delgadez, como la musculación, puede igualmente simbolizar el control de la mente sobre la laxitud de los apetitos. Así lo expresa el sociólogo francés Gilles Lipovetsky: “Toda mujer  que quiere estar delgada manifiesta mediante su cuerpo la volición de apropiarse las cualidades de voluntad, de autonomía, de eficacia, de poder sobre sí misma tradicionalmente atribuidas al varón”[12].


La deificación por el desnudo
No podemos transferir todos los significados del desnudo grecolatino a nuestra realidad actual. Hoy prevalece la función erótica sobre otras más sutiles. Sin embargo nuestros antepasados leían en el desnudo un significado que no puede extrapolarse a nuestra sociedad: la naturaleza divina. El Doríforo (fig. 1) no representa a un joven concreto sino un ideal masculino donde las virtudes físicas y morales se traducen en un aspecto lozano y vigoroso. Como los dioses eran representados con los mismos rasgos de belleza y desnudos, esta iconografía llegó a significar eternidad, y los gobernantes absolutistas comprendieron que podían aprovecharla para publicitarse como hijos de inmortales y justificar teológicamente su derecho a gobernar. Les avalaba la creencia según la cual un mortal podía alcanzar la eternidad a través de sus hazañas y heroicidades; contaban con los ejemplos de Heracles, Dioniso y Asclepio. Los historiadores hacen responsable a Alejandro Magno –ejemplo espectacular de héroe– y a su escultor de cámara, Lisipo, del asentamiento y consolidación de la monarquía divina y de la subsiguiente iconografía del héroe terrenal divinizado mediante el desnudo[13]. Tras él todos los gobernantes trataron de deificarse sumando leyendas épicas, parentescos increíbles y vigorosas estatuas. Paul Zanker aprecia acertadamente que cuando el emperador Octavio recibió el título de Augusto, su iconografía fue modificada de forma radical y codificada según los rasgos de la estatuaria griega que mejor comunicaban su naturaleza inmortal: desnudez atlética y efigie inspiradas en el Doríforo de Policleto. Augusto provenía de un dios, César, y éste de Venus, mientras la estirpe Antonia, cuyo hijo más famoso fue Marco Antonio, defendía que su sangre procedía de Hércules a través de uno de sus hijos, el desconocido Antón[14]. No obstante el éxito de la tipología artística del desnudo regio, el mismo autor nos recuerda la impresión inicial que aquellas estatuas honoríficas debieron de causar entre los romanos de la vieja República, caracterizados por la pudibundez:
En el mundo helenístico (...) la desnudez y la figura de pie recordaban a las estatuas de los dioses y de los héroes, estableciendo una analogía entre el personaje representado y los modelos de las figuras míticas conocidas. Sin embargo, una comparación y un enaltecimiento de este tipo era ajeno a la tradición romana. Desde antiguo, la res publica utilizaba la figura togada como estatua honorífica. De este modo, el homenajeado era identificado como cónsul, pretor, augur, etc. a través de los atributos y de los signos correspondientes a su cargo político o sacerdotal que aparecían señalados directamente en la toga (...). Para los opositores políticos que comprendían el lenguaje de la deificación humana de los griegos, la magnificencia corporal de las estatuas era portadora de una pretensión inaceptable. Pero la gran masa de romanos no helenizados no debió ver en ellas más que una obra inmoral (...), pues la desnudez era para muchos expresión de impudicia. La desnudez era sobre todo un signo de inmoralidad “griega” (se refiere a la homosexualidad)[15].
Del éxito de la iconografía que nos ocupa el arte romano nos ha legado una prueba fehaciente: las corazas metálicas que reproducen y exageran la fortaleza de los torsos, paradigma del vestido antropomorfo sin equivalentes antes o ahora. Pero erramos si las clasificamos junto al vestido militar porque no eran empleadas en la batallas; se trata de una versión ceremonial del uniforme guerrero, a todas luces un medio de aproximar a quien la viste al prestigiado desnudo de las estatuas de dioses y héroes. Dicho de otro modo, la coraza antropomorfa no es un vestido sino un disfraz, en concreto un disfraz de dios guerrero que aproxima a su portador a Ares / Marte. En cualquier caso, constituyen la prueba más irrebatible del prestigio de la musculación en el mundo romano clásico[16].

La exhibición de los genitales: el  desnudo integral en Grecia
Esta tipología de desnudo logró materializarse en la vida cotidiana de nuestros antepasados griegos. Se trata de un suceso aislado en la historia, un fenómeno ausente en todas las civilizaciones que han superado el estadio paleolítico. De hecho, la prenda de vestir más antigua que se conoce, el taparrabos, se inventó lógicamente para ocultar los genitales masculinos y muy probablemente con una finalidad de protección mágica doble: contra los espíritus que pudieran inocularse a través del meato y contra el mal de ojo. Para hallar prácticas y representaciones masculinas de desnudo integral tenemos que remontarnos nueve mil años en el tiempo hasta el paleolítico superior y contemplar los frescos levantinos de Cogull (Lérida), o bien sólo dos mil años hasta la edad clásica de nuestra civilización[17]. Entre ambos momentos se desarrolla un neolítico pudoroso con la desnudez de los genitales. ¿Cómo lograron nuestros antepasados griegos recuperar la desnudez integral? ¿Cómo superaron las supersticiones mencionadas –si eso fue lo que realmente superaron–, o cómo superaron el pudor que sobre los genitales se había asentado durante milenios? Sin ir más lejos, sus predecesores cretenses y micénicos no se representaban completamente desnudos, y en Oriente el vestido había sido teologizado mil quinientos años atrás: Adán y Eva se visten.
Por sí sola la cultura griega homoerótica no puede explicar la elevada valoración del desnudo entre los antiguos pobladores de las península helénica[18]. En Grecia la desnudez integral fue una costumbre reforzada por un sólido sentimiento de estima hacia la propia belleza física, fruto del deporte y símbolo del vigor, y por la observación de la desnudez como un elemento natural. Según algunos autores a los que secundamos, otra circunstancia que vino a reforzar el desnudo en Grecia fue la xenofobia contra los persas[19]. Frente al pudor de los enemigos orientales, el desnudo se convirtió en el “vestido nacional” de los griegos, aquel que los distinguía de los odiados medos: “Hacia el período clásico, el desnudo se ha convertido en el vestido del ciudadano, quien se distingue física e indumentariamente del esclavo, de las mujeres y de los bárbaros”, afirma Arnold Stewart[20]. Al tiempo la vergüenza hacia el propio cuerpo adquirió el estigma de la barbarie y la mácula del salvajismo. Inferencia: el desnudo masculino no aparece en Grecia como un estadio primitivo sino como una victoria sobre un prejuicio, a la inversa del pudor hebreo.
Refiere la leyenda –o la historia, como sabemos casi lo mismo para los griegos–, que la práctica del desnudo integral se inauguró en el año 720 a. C. cuando el atleta Orsippos de Megara ganó la carrera de 200 yardas después de habérsele desprendido el taparrabos. Luego Akanthos de Esparta se lo quitó deliberadamente y corriendo desnudo (gymnos, de donde viene la palabra gimnasia) ganó otra competición. La costumbre del desnudo se impuso con tal éxito que Platón y Tucídides atestiguan su universalidad en la Hélade del siglo V[21].
En realidad, esta desnudez absoluta sólo se toleraba en el baño y en la palestra; pero si podía contemplarse en un lugar público como un circo deportivo o un gimnasio, parece legítimo suponer que en otras situaciones cotidianas tampoco despertara rubores. Este hecho certifica que nos las habemos con un desnudo completo que podía “vestir”, en el sentido de que no implicaba el apuro y la humillación que sentiríamos los modernos.
Los romanos no fueron tan lejos. Del contacto con los griegos se asumió la representación sin ropas de dioses y prohombres. También transigían con el desnudo en las abluciones públicas, pero la práctica deportiva demandaba una pampanilla que cubriera el sexo. Los romanos nutrían un talante pudoroso que se fue acrecentando hasta final del Imperio. Constantino llegó a cerrar las termas alegando que se habían convertido en centros de depravación[22], y el Código de Justiniano, harto más severo, admitía que un marido repudiara a la esposa que las frecuentase[23]. Contra el uso de sus predecesores en el trono imperial, ninguno de estos emperadores fue retratado desnudo.
La desnudez integral cae en barrena bajo el dictado de la Iglesia católica, aunque no la hubiera condenado el cristianismo temprano. Los adamitas, una de las setenta sectas conocidas que pueden relacionarse con la influencia de la doctrina cristiana, llevaban en su denominación su programa: volver a ser Adán, retomar la inocencia original en contraste con el materialismo del mundo. El vestido era para ellos el mismo de Adán antes del pecado, es decir, ninguno[24]. En realidad, estos primeros cristianos heredaban una de las doctrinas centrales de los cínicos, para los que la desnudez constituía la expresión de la verdad[25]. El pudor genital se fue integrando paulatinamente; según Paul Brown, no culmina hasta bastante después de la caída del Imperio romano de occidente, cuando:
El cuerpo humano ya no era puesto en su sitio, como un eslabón de la cadena del ser. No se fomentaba que compartiera con el mundo animal placeres en los que podía complacerse abiertamente hasta que la enfermedad y la tenebrosa cercanía de la vejez los hicieran desaparecer. En el pensamiento católico de la Edad Media, la carne humana emergió como algo tenebroso. Su vulnerabilidad a la tentación, a la muerte e incluso al placer, era una manifestación dolorosamente apropiada de la voluntad cojeante de Adán[26].
Dos mil años después, los contemporáneos no hemos conseguido recuperar un ámbito cotidiano para el desnudo integral masculino, el cual, como el femenino, se ve forzado a ocultarse en las playas nudistas. Sin embargo, esta desnudez experimenta hoy un momento de recuperación en los medios de comunicación visual, quizás acaba de iniciarse una fase de transición hacia la liberación del cuerpo masculino de los viejos pudores.


Un canon para la exhibición pública del pene
Digámoslo claramente: no es tanto la desnudez de las estatuas como la exhibición de los genitales masculinos lo que ha asombrado a varias generaciones de estudiosos. Porque esta exhibición ha sugerido erróneamente que nuestros antepasados grecolatinos carecían de pudores. Sin embargo, el repaso de un número no necesariamente elevado de estatuas nos lleva a una conclusión mucho más sorprendente: todos los genitales son prácticamente iguales, de donde se deduce un canon estricto que indicaba al artista cómo esculpir el sexo sin faltar al decoro. La estatuaria pública nunca exhibe penes erectos[27], estos acusan una notable atrofia, una desproporción evidente con relación al cuerpo del que penden, y siempre ocultan el glande. Profundicemos en estas cuestiones.
1. Ausencia de erección. Este punto no merece mucha explicación porque es lógico que se desestimara la erección fálica en las representaciones de héroes, dioses y gobernantes, en las que se quería llamar la atención sobre cualidades espirituales y morales sobre las menos solemnes. Además debemos entender la representación del pene relajado en concordancia con la descrita virtud de autodominio tan importante a la masculinidad clásica. Siglos después, San Agustín empleará el mismo argumento para fomentar este tipo de pudor entre los cristianos[28].
2. Ocultación del glande. Aunque la práctica de la circuncisión no fuera desconocida ni despreciada, podemos considerar que esta operación resta al pene, necesariamente, naturalidad; una vez más, se llamaría la atención sobre un elemento terrenal y baladí que menoscabaría la sugestión de solemnidad. Además, en un pene al que no se ha efectuado esta operación, el glande únicamente queda visible por la erección. Pues bien, parece ser que la exhibición del glande molestaba a la decencia griega hasta el punto de infibular y atar el prepucio en torno al glande para evitar que sobresaliera en caso de erección[29]. Contra posibles incidencias de esta índole, incluso se desarrolló un método para alargar el prepucio denominado epispasmos[30].
3. Atrofia del pene. Las estatuas públicas que ilustraban héroes de la mitología, la política y el deporte exhibían músculos poderosos y al tiempo penes atrofiados y con el glande oculto. Sabemos que la exhibición de un pene grande resultaba ridícula y grotesca, razón por la cual el artículo más característico de los cómicos griegos no era otro que unos leotardos que llevaban adherido un enorme falo postizo[31].
Volvemos ahora sobre el mundo actual para encontrar en los desnudos masculinos públicos una coincidencia (ausencia de erección) y una diferencia (ausencia de atrofia). Primero tratamos la coincidencia. La exhibición pública del pene, ya sea en cine o en otros medios, exige, contra la acusación de pornografía, la ausencia de erección. Este límite permite a una revista como Playwoman la clasificación de revista erótica pero no pornográfica, constituye el límite del decoro en las revistas de divulgación gay, y, una vez más, es el mismo límite que respeta el citado anuncio de perfume de la empresa Yves Saint-Laurent. Canon, pues, acomodado a una situación ambigua que nos recuerda la hipocresía del convencionalismo según el cual el perjuicio o el beneficio erótico a que pueda dar lugar el desnudo radica en la mentalidad del espectador más que en la imagen contemplada. Segundo, la ausencia de atrofia se explica por la carencia moderna de aquel prejuicio contra los penes de grandes dimensiones.
Pero asombrémonos de nuevo. En el mundo clásico la representación inarmónica de los genitales viriles en las estatuas públicas cohabitaba con el tradicional culto itifálico. Griegos y romanos fomentaron la imagen munificente del falo, acaso heredada de Egipto, tierra de obeliscos. Esta superstición explica que las mujeres se sentasen sobre piedras más o menos faliformes para imbuirse de su poder fecundador, y que fuera costumbre marcar los campos fértiles con balizas protectoras denominadas hermai. El símbolo del órgano masculino erecto significaba buena suerte y constituía un símbolo de la fertilidad que se colocaba en los umbrales de los hogares, los jardines y los cruces de caminos[32]; empero, el símbolo de los genitales femeninos servía para localizar los burdeles[33]. Diecisiete siglos de intemperie no han sido suficientes para barrer los vestigios de la Avenida de Príamo en la isla de Delos, flanqueada por monumentales falos sobre peanas. Los niños nacidos libres se distinguían por el adorno específico de sus togas y por un colgante que llevaban al cuello, la bulla, un estuche donde encerraban un amuleto fálico, y la fiesta romana de la Liberalia, que tenía lugar los 17 de marzo, celebraba la primera eyaculación del muchacho[34]. Algo queda del culto itifálico en nuestro mundo contemporáneo: falos estilizados son esos llamadores de puertas que todavía vemos en algunas casas rurales, con sus correspondientes testículos a modo de agarraderos, y numerosos remates arquitectónicos en los tejados, así como fuentes y surtidores que recuerdan la fecundidad.



2. EL DESNUDO FEMENINO
El único desnudo femenino admisible en el mundo clásico y en nuestros días es el desnudo parcial, conducente sobre todo a la exhibición de los senos. Siguiendo un estudio de Beth Cohen, el arte grecorromano ha desnudado el pecho de la mujer con dos propósitos: significar maternidad  y erotismo[35]. Ambas funciones han llegado hasta nuestros días sin modificación ni enriquecimiento. La misma autora establece una subdivisión del desnudo erótico clásico; apréciese la vigencia: mujeres con el pecho desnudo accidentalmente, ocasionado por un esfuerzo o movimiento de la figura; mujeres con el pecho descubierto a causa de un acoso violento por parte de los hombres. En este caso el valor erótico se ve reforzado por el sadismo y el desnudo femenino, entonces como ahora, connota vulnerabilidad.

La belleza femenina: de maldita a gloriosa, de gloriosa a objeto inerte
El desnudo femenino ha recorrido en la historia un trayecto complejo, en el que ha pasado de la condena a la admiración y el elogio hasta devenir finalmente un mero objeto sexual.
Hemos visto que en Grecia y Roma la belleza femenina era juzgada inferior a la masculina, pero hemos de aclarar que este hecho no implicaba su desprecio, ni mucho menos. Por el contrario, los epigramas y la poesía helenística exaltan las excelencias del cuerpo mujeril. El problema con la belleza femenina revestía un matiz particular. Si la belleza masculina, como hemos explicado, sugería todo un rosario de virtudes físicas y espirituales, la belleza femenina era mezquinamente relacionada con la tentación. Tanto para la tradición judeocristiana como para los grecolatinos la belleza de la mujer está maldita desde su origen. El Génesis no lo especifica, pero cabe pensar que Adán se dejó tentar por los encantos de Eva, y a menudo las heroínas bíblicas, Sara, Salomé, Judit, son hermosas y perversas, siempre seductoras. En Grecia la primera mujer fue Pandora, la causante de todos los males de la humanidad, y Hesíodo la juzga malvada en tanto que hermosa y seductora. Luego, ¿cómo tolerar una belleza maldita? Así el arte del desnudo femenino público producido por el arte clásico, que analizaremos más adelante, se concentrará exclusivamente en Afrodita y su atractivo físico. Las llamadas Venus púdicas grecolatinas son mujeres conscientes de su belleza y recogidas sobre sí mismas con la modestia, avergonzadas de poseer algo pernicioso para los demás. Del contraste de posturas entre el Doríforo y las Afrotitas helenísticas se desprende que el primero ejemplifica una belleza virtuosa y las segundas una belleza nociva. 
La glorificación de la belleza femenina surgió a finales de la Edad Media junto con el amor cortés. Desde el Renacimiento la mujer se convierte en sexo bello y a su gloria se escriben tratados que la espiritualizan y se pintan Venus púdicas que la canonizan. Sin embargo esta glorificación nunca logró superar el ámbito restringido de las élites intelectuales y económicas hasta finales del siglo XIX; entre el pueblo, por el contrario, la belleza de la mujer continuó relacionándose con la tentación y siguió condenándose fuente de pecado. Para el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, debamos considerar a la Alta Costura la responsable de trasladar el culto del bello sexo a las masas. En efecto, la moda comienza a ser considerada un arte desde mediados del siglo XIX y en el tributo que rinde a la mujer la ensalza y cosifica vaciándola de connotaciones más sutiles que las meramente estéticas. La glorifica como objeto hermoso y susceptible en consecuencia de la especulación y la creación artísticas, pero vacía a su hermosura de componentes morales. La ópera primero y el cine después comunican al público que hay hermosas buenas y bellezas fatales. Paulatinamente la belleza deviene apenas una característica física: la belleza física comienza a relacionarse exclusivamente consigo misma”[36].


Una aproximación al desnudo integral: trascendencia de la Afrodita Knidia de Praxíteles[37].
En Grecia y Roma el desnudo femenino integral brilla por su ausencia, prohibido incluso en la figuración artística, pues resultaba sencillamente escandaloso e indecente[38]. Castigado por sorprender desnuda a Diana, Acteón fue transformado en ciervo y devorado por sus propios perros; Tiresias quedó ciego por mirar a Afrodita bañándose. El estudio de la Afrodita Knidia (fig. 2) nos interesa particularmente porque constituye el único desnudo integral femenino del arte helénico, porque es una Afrodita consciente de su desnudez –elemento de que carecen los desnudos masculinos–, y porque no constituye un desnudo completo al carecer de vulva. No obstante, representa la mejor aproximación que el arte clásico nos ofrece de esta tipología del desnudo femenino e inaugura una serie inacabada de destapes en el arte: las Venus de Giorgione, Tiziano y Velázquez, la Maja de Goya, la Olimpia de Manet y las señoritas de Picasso ocultan los labios vaginales. La Knidia (s. IV a. C.) instala en el arte un nuevo género artístico que ha merecido el título de Venus púdicas.
Hay que reconocer una osadía extraordinaria a su escultor. Pese al eufemismo iconográfico del paño y la vasija, insertados para sugerir que Afrodita se ha despojado de sus ropas para bañarse –excusa que nunca requirieron los desnudos masculinos–, esta obra carece de precedentes tan “descubiertos”[39]. Y algo tanto o más notable: entre la Knidia y sus sucesoras, ya fueran copias o derivadas, media un intervalo de más de doscientos años, dato que corrobora la tesis sobre la pervivencia del prejuicio masculino sobre el desnudo femenino[40].
Hemos de preguntarnos qué permite a la Knidia aparecer desnuda en un medio tan hostil. El permiso lo obtiene de su propio pudor. La mano se dirige hacia la vulva para ocultarla y, aunque en realidad no hay nada que ocultar, el mero ademán significa el pudor femenino, la discreción o decoro (aidos) que los maestros griegos inculcaban en las jóvenes[41]. Frente a los desnudos masculinos, centrífugos, expansivos, orgullosos de su desnudez, la Knidia es una Afrodita mojigata.
La trascendencia de la Knidia podemos rastrearla todavía en el siglo XXI y no solamente en el ámbito del arte. En los anuncios de lociones corporales, los que suelen exhibir un desnudo más completo de la mujer, las modelos reciben un enfoque sesgado que evite la develamiento del sexo. Como la Knidia, y al contrario que el Doríforo, se trata de mujeres dotadas de aidos, y de ella nos habla claramente el recogimiento de los miembros en poses centrípetas.  Subyace el ideal de castidad, es decir, el ideal femenino más importante de la historia, el cual también exige que las piernas se ofrezcan cruzadas aunque la mujer se encuentre vestida. Volveremos sobre este ideal.


La vulva: supersticiones en torno a la menstruación
Pero ¿por qué la Knidia no tiene vulva? ¿Qué hacía del sexo femenino algo tan horrible hasta el punto de vetar su representación figurativa? Mi tesis es la siguiente: las supersticiones en torno a la menstruación. La calificación de la menstruación como fuente de impureza -y de las menstruantes como mujeres impuras-, señalada ya en el Levítico[42], encuentra confirmación en numerosos textos científicos y médicos antiguos: Aristóteles escribió que una mujer menstruante podía convertir un espejo limpio en “algo sanguinolento”, y Plinio el Viejo aseguraba que el fluido menstrual ostentaba el maléfico poder de esterilizar los campos, agriar el vino, aherrumbrar el hierro, matar enjambres de abejas y enloquecer a los perros[43]. En esta línea, un obispo del siglo III, según documenta el sociólogo Paul Brown, impedía a las mujeres comulgar durante el período[44]. En semejante contexto no debe tenerse por menor aquel capítulo del Nuevo Testamento en que Jesucristo permite que una mujer afectada por continuas hemorragias -la hemorroisa- le toque.
A los poderes oscuros y perniciosos de la menstruación hay que añadir una segunda superstición. Los antiguos consideraban el flujo menstrual una suerte de híbrido entre sangre y esperma degradado, incapaz de conferir al feto nada más que materia, mientras que la prodigiosa semilla masculina le aportaba forma y alma[45]. Además, al mundo masculino idólatra del orden y el autodominio, la hemorragia periódica se le antojaba una manifestación añadida de que en el cuerpo femenino lo salvaje rige más que lo civilizado.
Pues bien, las supersticiones sobre la menstruación no son exclusivas del mundo antiguo. Cuando los españoles llegaron a América y observaron desnudas a las indígenas, llegaron a declarar de utilidad pública la pampanilla que utilizaban durante el periodo; no por apartar la vagina de la mirada sino para evitar el influjo de la menstruación[46]. Sin embargo, se diría que la primera interesada en ocultar la menstruación fuera la propia mujer, consciente de los perjuicios que acarrea despendiendo de cada afectada: inestabilidad térmica, modificación del ánimo, indisposición laboral, etc. Con más razón, desea ocultarla a los hombres, porque la regla, e incluso su cercanía o alejamiento, la predisponen en variable grado abierta al afecto y la sexualidad. La menstruación impone el veto a las relaciones sexuales con rigor tan extremado que numerosas mujeres experimentan mayor apetito sexual durante la menopausia que a lo largo de su vida fértil[47].


Imposibilidad del desnudo integral femenino: el ideal de castidad
Las características morfológicas de los genitales femeninos complican su exposición al no ofrecerse como un órgano exterior. Así un hombre puede ser retratado desde infinidad de poses exhibiendo el pene y los testículos, pero este abanico de posturas se verá muy reducido en el caso de las mujeres. Necesariamente el registro visual del sexo femenino, para que se aprecie con nitidez el dibujo de los labios externos, exige un enfoque preciso, el contrapicado, mirada artificiosa que atenta contra la “naturalidad”, ese límite al que se ciñen las fotografías eróticas para soslayar la acusación de pornográficas. Sin embargo, cuando decíamos que la Knidia no tiene vulva nos callamos intencionadamente que no tenía raja, esto es, ni siquiera un mínimo atisbo de la separación entre los labios vaginales, los cuales bien podrían percibirse desde su enfoque frontal y perfectamente “natural”. ¿A qué se debe esta supresión?
Otra forma de comprender el tabú del desnudo femenino, ya en la vida cotidiana o en el arte, ya entonces como ahora, lo constituye el ideal de mujer casta y recatada. La mujer demuestra su castidad con su recato, al que le sirve principalmente el vestido. (No nos referimos a la cantidad de ropas que se precisa para que una mujer sea considerada vestida, asunto muy relativo en el tiempo y en el espacio: una mujer sií se sentirá desnuda salvo que se oculte por completo; una mujer de nuestra sociedad occidental puede superar el rubor de la desnudez con un sencillo bikini.) Todavía para la sociedad, en términos generales, una mujer que se exhibe desnuda se rebela contra su recato, contra la castidad que le proporciona gran parte de su respetabilidad, y esta osadía la paga, cuando menos, con una reducción notable de pretendientes. En la actualidad el desnudo femenino se nos impone por todas partes, pero se trata siempre de un desnudo con límites precisos y restringidos. Mientras el hombre ha recuperado la desnudez integral para la mirada pública, aunque sólo sea en los medios de comunicación, las mujeres desnudas de la publicidad y del cine continúan ocultando su sexo; como dijimos, hasta el más pequeño detalle del mismo. Acaso porque mientras lo oculte, podrá ser considerada en alguna medida casta. Del igual modo, el hombre podrá ser retratado completamente desnudo porque a él no se le pide castidad.
Desde sus orígenes, el ideal de castidad se refiere a la mujer que se desposa virgen y no mantiene relaciones sexuales con más varón que su propio marido[48]. No es un ideal que proceda únicamente del afán de posesión masculina, apreciable en una gran cantidad de animales, sino también de la antigua creencia que comprendía la menstruación como esperma femenino. Se pensaba que cuando la mujer recibía el semen del varón, este se mezclaba con la sangre menstrual, de modo que en adelante la sangre de la mujer pasaba a incorporar una parte de la sangre de su amante. Así el adulterio no suponía una mera falta contra su marido sino contra toda la prosapia. Por esta razón, en la antigüedad el adulterio constituía un delito exclusivamente femenino, lo mismo que la castidad era una virtud exclusivamente femenina[49]. La regulación de la vida sexual femenina en la antigua Roma nos la explica la socióloga Eva Cantarella:
Si la mujer estaba casada y se acostaba con otro hombre el delito se llamaba adulterium; si la mujer era soltera, el delito recibía la denominación de stuprum, el mismo que se le daba al delito de violación de un joven por parte de un adulto. En cualquier caso y en lo tocante a la mujer romana, hay que deducir que una mujer sólo podía tener relaciones en el matrimonio, ni siquiera podía tenerlas de viuda, caso que la convertiría automáticamente en prostituta[50].
Para simbolizar la castidad la mujer debía, y para un amplio colectivo social todavía debe, mostrarse recatada y evitar la exhibición de una belleza que pudiera alentar a hombres ilegítimos. Con anterioridad al advenimiento de Cristo, el temor al adulterio llevó a los griegos a encerrar a sus mujeres en gineceos, mientras los romanos de la República, incapaces de aceptar semejante ostracismo, exigían un traje talar y un velo que cubriera los cabellos[51]. Se trataba de borrar toda huella de las formas del cuerpo femenino en la mujer honesta: el velo ocultaba el cabello, de ancestral simbología sexual, y las grandes túnicas y mantos borraban toda huella del cuerpo que yacía debajo[52]. Pero ya advertimos que el problema de castidad, considerado como ideal intemporal femenino, no radica tanto la cantidad de ropas cuanto en la ocultación del sexo.
En suma, el desnudo integral femenino en el ámbito de la comunicación pública no será posible hasta que la castidad, en tanto que virtud femenina prioritaria, pase a mejor vida. Hasta entonces habremos de conformarnos con seguir viendo hombres completamente desnudos, y con seguir imaginando a las mujeres de la misma guisa.





[1] M. A. Descamps, Le nu et le vêtement,  Paris: Ediciones Universitarias, 1972, p. 110.
[2] J. C. Bologne, Histoire de la pudeur, París: France Loisirs, 1986, pp. 24 y ss.
[3] A. Stewart, Art, desirre and the human body in ancient Greece, Cambridge University Press, 1997, p. 40.
[4] G. Sissa, “Filosofías de género”, en G. Duby y M. Perrot (eds.), Historia de las mujeres, vol. I, Madrid: Altea, p. 79.
[5] Tesis ofertada por Stewart, ob. cit., p. 88 (toma la sugerencia de Friedrich Hauser, quien afirmaba que el Doríforo era un guerrero, posiblemente Aquiles) y R. P. Rubinstein, Dress codes. Meaning and messages in American culture. Colorado: Vestview, 1995, p. 157.
[6] Stewart, ob. cit., p. 92.
[7] Rubinstein, ob. cit., p.57.
[8] R. Olmos Romera, “Anotaciones sobre la mujer en Grecia”, en La mujer en el mundo antiguo, actas de las V Jornadas de Investigación Interdisciplinar, Madrid: Universidad Autónoma, 1986, p. 123.
[9] J. Brun, La desnudez humana, Madrid: Aldaba, 1977, p. 35.
[10] H. Licht, Sexual life in ancient Greece, Westport: Greenwood Press, 1975, p. 419.
[11] Sobre simbología sexual del vestido y de la desnudez: J. C. Flügel, Psicología del vestido, Buenos Aires: Paidós, 1964, pp. 131 a 157.
[12] G. Lipovetsky, La tercera mujer, Barcelona: Anagrama, p. 129.
[13] Cf. J. J. Pollit, El arte helenístico, Madrid: Nerea, 1989, cap I (pp. 49-91) y Anexo I (pp. 423-425).
[14] Cf. P. Zanker, Augusto y el poder de las imágenes, Madrid: Alianza Forma, 1992, pp. 23-31 y 66-77.
[15] P. Zanker, The mask of Socrates. The image of the intellectual in Antiquity, Berkeley: University of California, 1995, p. 25.
[16] Estas corazas ya existían en el ejército griego, pero nunca con el grado de naturalismo de las romanas.
[17] Se ha llegado a apuntar que los varones representados en Cogull llevaban canutos u otros objetos cilíndricos para proteger el pene, pues estas figurillas exhiben unos miembros demasiado largos. En este orden de cosas, las supersticiones que conducen a proteger el pene con taparrabos y otros objetos entre tribus primitivas tendrían un origen mucho más antiguo del que hemos consignado en el texto. Cf. E. Casas Gaspar, El origen del pudor, Barcelona: Alta Fulla, 1989, pp. 95-97.
[18] Sobre homoerotismo griego véase especialmente: S. W. Lewis, “Los hermanos de Ganimedes”, en G. Steiner y R. Boyers (Comp.), Homosexualidad: literatura y política, Madrid: Alianza Editorial, 1985.
[19] Esta tesis es objeto de amplia discusión. La acepta la investigadora S. B. Pomeroy, Diosas, rameras, esposas y esclavas: mujeres en la antigüedad tardía, Madrid: Akal, 1987, p. 164, pero la rechaza A. Stewart (ob. cit.,, p. 26), quien sostiene que la xenofobia contra los persas se desarrolló en la Hélade mucho después de adoptarse como uso el desnudo integral masculino. Según este investigador, no debe hablarse de xenofobia hasta la posguerra médica (hacia el año 490 a.C.).
[20] Stewart, ob. cit., p. 26. 
[21] Ídem, p. 27.
[22] Ableman, ob. cit., p. 18.
[23] Bologne, ob. cit., p. 25.
[24] Descamps, ob. cit., p. 98.
[25] Ídem, p. 112.
[26] P. Brown, El cuerpo y la sociedad: los cristianos y la renuncia sexual, Barcelona: Muchnick Editores, 1993, p. 581.
[27] La excepción la marca el culto itifálico que tratamos más adelante.
[28] Brown, ob. cit., pp. 557-558: “San Agustín identificó el momento de la desobediencia de Adán y Eva (cuando ven que están desnudos) como un instante de clara vergüenza sexual (...) Tan pronto como habían hecho ellos su propia voluntad, con independencia de la voluntad de Dios, partes de Adán y Eva se volvieron resistentes a su propia voluntad consciente. Sus cuerpos se vieron afectados por una nueva percepción perturbadora de lo ajeno, en forma de sensaciones sexuales que escapaban a su dominio. El cuerpo ya no seguía siendo abarcable por la voluntad. Un síntoma pequeño pero ominoso -en el caso de Adán, la excitación de una erección que no le era posible controlar-, les advirtió a los dos sobre la evasión final del cuerpo entero del abrazo habitual del alma con ocasión de la muerte”.
[29] Kynodesmos era el nombre que recibía el cordón destinado a tal fin (E. Casas Gaspar, ob. cit., p. 97, n. 1).
[30] Zanker, ob. cit. (1995), p. 347.
[31] A. Pickard-Cambridge, The dramatic festivals in Athens, Oxford: Claredon Press, 1988, p.  215. En la comedia se trataban a menudo asuntos obscenos.
[32] Licht, ob. cit., p. 89.
[33] Bologne, ob. cit., p. 82.
[34] Brown, ob. cit., p. 79.
[35] B. Cohen, “Divesting the female breast of clothes in classical sculpture”, en A. O. Koloski-Ostrow y C. L. Lyons (eds.), Naked truths. Women, sexuality and gender in classical art and archaeology, Londres: Routledge, 1997, pp. 66-83.
[36] G. Lipovetsky, La tercera mujer, Barcelona, Anagrama, p. 119.
[37] En este capítulo seguimos el fascinante estudio de C. M. Havelock, The Aphrodite of Knidos and her sucesssors, University of Michigan, 1995.
[38] Cohen, ob. cit., p. 70. Esparta supone, como en casi todo, una excepción. Allí las jóvenes realizaban ejercicios físicos completamente desnudas (Licht, ob. cit., p. 83).
[39] Pueden rastrearse algunos intentos escultóricos por ofrecer a la vista la naturaleza de la mujer como la Nike del escultor Paionios (420 a.C.), de túnica completamente transparente; la Afrodita Genetrix del Louvre, que ya muestra un pecho (410 a.C.), y la propia Afrodita de Arlés debida también a Praxíteles y realizada poco antes que la Knidia (ha. 360 a. C.).
[40] Havelock, ob. cit., p. 2.
[41] N. Salomon, “Making a world of difference”, en A. O. Koloski-Ostrow y C.L. Lyons (eds.), Naked truths. Women, sexuality and the gender inclassical art and archaeology. Londres: Routledge, 1997, p. 211.
[42] B. S. Anderson y J. P. Zinsser, Historia de las mujeres: una historia propia, vol. I, Barcelona: Crítica, 1991, p. 45.
[43] Licht (ob. cit., pp. 363-376) recoge todo tipo de supersticiones respecto de la menstruación, la orina y las heces y los amuletos sexuales.
[44] Brown, ob. cit., (1993) p. 580.
[45] Anderson, ob. cit., p. 53.  Licht es categórico: “La Antigüedad consideraba al hombre, y sólo al hombre, el centro de la vida intelectual”.
[46] Según Hirn, Origin of art, 1900; cit. Casas Gaspar, ob. cit., pp. 93-94.
[47] Cf. Casas Gaspar, ob. cit., pp. 94-95.
[48] “Cuando perdía su virginidad, se convertía en una esposa -una mujer sexualmente activa buena- o en una prostituta -una mujer sexualmente activa mala-. Una esposa tenía relaciones con un solo hombre, lo que la definía como casta” (Anderson, ob. cit., p. 56).
[49] Las mujeres debían guardar fidelidad, mientras los maridos se solazaban con quienes les apetecía. Demóstenes declaraba en el siglo IV a. C.: “Nosotros (ciudadanos varones de Atenas) tenemos cortesanas para el placer, concubinas para el cuidado diario del cuerpo y esposas para criar hijos legítimos y ser unas guardianas fidedignas y de confianza de puertas adentro” (Anderson, ob. cit., 1991, p. 63).
[50] E. Cantarella, “La sexualidad de la mujer romana”, en A. Pérez Jiménez y G. Cruz Andreotti (eds.), Hijas de Afrodita: la sexualidad femenina en los pueblos mediterráneos, Madrid: Clásicas, 1995, p. 121.
[51] Sobre simbología sexual del cabello véase G. Marañón, Vida e historia, Barcelona: Espasa Calpe, 1943, pp. 154-155.
[52] Cuando niña la mujer imitaba a la diosa Pudicicia, una diosa velada, para significar que su virginidad se encontraba convenientemente custodiada e inaccesible. Después, la mujer se distinguía como mater familias por un alto moño encerrado bajo un velo (tutulus). La asociación del velo, el traje blanco y el matrimonio se encuentra también en Roma por primera vez: el color blanco simbolizaba la inmadurez sexual; el color del velo dependía de la religión, anaranjado entre las paganas (L. La Follete, “The costume of the Roman bride”, en Sebesta, J. L., The world of Roman costume, Madison: University of Wisconsin, 1994, p. 55) y blanco para las cristianas (R. Turner Wilcox, La moda en el vestir, Buenos Aires: Centurión, 1946, p. 31). De este velo se esperaba también que simbolizara la estabilidad del matrimonio (La Follete, ob. cit., p. 56). Las esposas de los sacerdotes de Júpiter habían de llevarlo de forma obligatoria; se trataba de un colectivo al cual se había vetado el derecho de divorciarse.

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