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Ropa interior en el Romanticismo




PRIMERA PUBLICACIÓN: Pena González, Pablo, "Ropa interior en el Romanticismo", Anales del Museo Nacional de Antropología, nº 8, 2001.
SEGUNDA PUBLICACIÓN: Pena González, Pablo, El traje en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868, Ministerio de Cultura, 2008.


A
ROPA INTERIOR FEMENINA
(Nota. En las publicaciones arriba consignadas se incluye un segundo apartado para la ropa interior masculina.)
Nos ocupa un traje invisible[1]. Sería demasiado pedir que las revistas decimonónicas nos ilustraran a la mujer en paños menores. A cambio, los datos confirman que aquellas mujeres acostumbraban a soterrar bajo sus ropajes el grueso de las telas que portaban. Además del corsé y la camisa, entonces una prenda de vestir englobada como artículo interior, bajo la falda una mujer ocultaba todo un repertorio de lencería. Reproducimos la enumeración del siempre divertido Max von Boehn:

"Largos pantalones con vuelos de encajes, enaguas de franela, un refajo de tres anas y media de ancho (4, 20 metros), una falda acolchada hasta la altura de la rodilla y desde ésta cruzada de ballenas distantes un palmo una de otra, unas enaguas de hilo muy almidonadas con tres volantes muy almidonados también, dos refajos de muselina y por último una falda[2]".

Camisa, camiseta, almillaLa camisa de mujer se correspondía con lo que hoy llamaríamos blusa, dicha también corpiño de debajo (fig. 1.4). Madame Celnart, autora de un famoso Manual de señoritas, da instrucciones para su confección y hace hincapié en los frunces y pliegues para ceñirla al cuerpo; su estructura ajustada, además de los adornos (galones, caireles, volantitos de encaje) la diferenciaban de la camisa masculina[3].
Camisolines y camisetas eran la misma cosa. Cuando en un grabado vemos a una mujer ataviada con una camisa de aspecto masculino (con sus cuellos y puños), en realidad lo que viste es una suerte de mecano de camisa. El camisolín no llegaba a ser una camisa completa sino una pechera postiza, unas veces con espalda y otras simplemente con cuellos, su elemento de agarre (figs. 1.5, 1.6). Forzosamente, el camisolín o camiseta requería mangas postizas a juego (fig. 1.7).
El término almilla se reservaba de manera preferente para las camisas de dormir, ilustradas en las figuras 1.2 y 1.3.


Calzoncillos y pantalones a la turcaTodavía instruidos por Celnart podemos establecer dos tipos de calzoncillos: sencillos y de peto. En ambos casos se componían de perneras y una cintura con sus botones y ojales o, en su defecto, un pasador con una cinta o cordón para abrochar con nudo (figs. 1.8 a 1.10).
Frente al modelo llamado “sencillo” se empleaba otro mucho más elegante o de peto, cuya cintura, esta vez notablemente más alta por delante que por detrás, se emballenaba para garantizar la tiesura. Este modelo lo utilizaban con preferencia los hombres, dado que las mujeres ya contaban con un corsé para adelgazar el talle[4].
Una breve noticia hallada en El Correo de la Moda nos permite fijar la intromisión de los bombachos internos en el vestuario femenino. Fíjense con qué finalidad:

"El pantalón, hasta hoy usado únicamente como pieza de abrigo, se ha introducido en los trajes de baile, para los cuales se hacen elegantes pantalones a la turca cerrados al tobillo con un brazalete de plata. Esta moda tiene por objeto proteger la pierna contra las indiscreciones del vals y la polca[5]".

El corséJubón interior para reducir el volumen del tórax y especialmente el perímetro de cintura. Su moda se estabilizó en Europa a finales de los años veinte y principios de los treinta, de manera que casi puede decirse que su reincorporación a la indumentaria, tras el paréntesis del estilo imperio, nos señala el inicio del vestir romántico.
Desde 1830 y hasta bien entrado el siglo XX no se entiende la característica atrofia del talle femenino sin el corsé. Su importancia histórica radica en dos hechos: uno, su influencia en la generación de un estilo particular de indumentaria; dos, a causa su compleja elaboración, sin paralelo con ninguna otra pieza del guardarropa, constituye el primer elemento del vestir confeccionado masivamente por la industria. Sólo en razón de su complicada manufactura puede entenderse que hasta la propia Madame Celnart advierta en el capítulo que le dedica:

"No aconsejaré que se emprendan ciertos especiales, tales como los pasadores, los de garrucha, y los corsés a propósito para disimular las imperfecciones del talle. Para todas estas clases de corsés es necesario recurrir a un hábil fabricante[6]".

Veinte años después, Hernando seguía aconsejando lo mismo en su Manual de la costurera, porque hacerlo en casa salía caro y era muy complicado[7].

Para los corsés se empleaban tejidos de elevada resistencia como la la cotonía, el cutí y el mahón, a menudo forrados con telas más lujosas (tafetán, muaré, raso) para producir el milagro de que artefacto tan ortopédico pudiera reconocerse como un artículo de lencería femenina. Sin embargo, una información de 1845 recomienda la seda, en efecto un material a la vez elástico y muy resistente:

"Los corsés de seda blanca parecen destinados a reemplazar en lo sucesivo a los de tela: es cosa conocida que estando menos expuestos a hacer arrugas y descomponerse, son más económicos que los otros, además de que la seda parece que se ajusta más al talle[8]".
Las piezas que componían un corsé las enumera Mme. Celnart:
"De cualquiera especie que sean los corsés, se componen siempre de dos pedazos cortados a lo largo del hilo, llamados cuartos de atrás; de otros dos pedazos de la misma longitud, pero tres o cuatro veces más anchos, llamados delanteros; de dos tiras sesgadas por un sólo lado, que son los hombrillos; de dos anchas nesgas por abajo, cortadas como las pequeñas nesgas de un vestido; y además unas pequeñas nesgas para arriba; de un pedazo de forro para sostener las ballenas de adelante a cada lado del acero. Ya hemos dicho que el número de nesgas varía así como su forma[9]".

Sistema bien lógico: las piezas cortadas al hilo aprovechan la tirantez del corte recto para dar tiesura al cilindro del corpiño, reforzado además con ballenas, mientras que las nesgas confieren la elasticidad del bies para que el corsé se adhiera con firmeza y presión a los costados del tronco femenino.

Mucho más difícil resulta hacerse una idea clara sobre las peculiaridades de cada tipo de corsé. Mme. Celnart enumera los siguientes: corsés de garrucha (sinónimo de polea; complicado de ejecutar, no explica su elaboración), corsé de pasadores (tampoco lo explica), corsés elásticos (los más sencillos, fajas), corsé de una sola nesga, corsé de nesgas dobles (a mayor cantidad de nesgas, más precisa adherencia al torso); y corsés de piezas (se le daba este nombre porque consistía en un corsé sumamente fragmentado y, por tanto, el guante ideal para el tronco anatómico), reservados a las costureras expertas:

"Esta tercera hechura tiene por objeto impedir que se suba el corsé, pero si no se hace convenientemente producirá el efecto contrario. Ya se sabe que los delanteros de los corsés se cortan al bies, y siendo la propiedad de éste la de estirarse, necesariamente el corsé debe subirse[10]".

Al corsé rígido de ballenas le surgió un competidor más confortable en 1833[11], el corsé mecánico, apenas con unos cordones para ajustarlo a la espalda y tan fácil de colocar que no precisaba el concurso de la criada. Según testimonian las revistas fue invención de dos corseteras francesas, Madame Josselin y su hermana. El Correo de las Damas relata el aterrizaje de semejante maravilla en la Corte:
"Sabemos que la modista residente en esta Corte en la calle de la Montera, sobre el gabinete de lectura, ha recibido de París con destino a la Señora de ... un corsé de nueva invención que ofrece muchas ventajas para las bellas. Se afloja y se ajusta este corsé por detrás por medio de un entretejido de cordones, que pasan por pequeñísimas garruchas de metal; por la parte del pecho se cierra y abre por medio de unos muelles que dependiendo todos de un resorte común proporcionan en el momento su completo afloje. La misma persona que se lo pone, sin auxilio ajeno y tirando de las dos puntas del cordón sobrantes, puede ceñírselo a gusto. Se nos ha asegurado que no es el único que hay en Madrid[12]".

Una segunda noticia aparecida tres meses después en la misma publicación celebra el triunfo del novedoso corpiño:

"Los corsés mecánicos de Mme. Josselin, que se quitan espontáneamente y sin auxilio extraño de segunda persona, se han extendido generalmente, vencida ya la primera repugnancia que los presentaba a la imaginación como una complicada máquina de cuerdas[13]".
Por “Mme. Josselin” es posible que el Correo de la Moda se refiera a Jean-Julien Josselin, inventor de la ballena de acero en dos partes, que podía ajustarse a voluntad (1829).
El corsé sin costura lo comenzó a fabricar Juan Werly en París a partir del año 1832. Para su elaboración empleaba un bastidor circular parecido al de su competidor Jacquard, con el propósito de conseguir corsés de una pieza, pero no tejidos de punto sino con su urdimbre y su trama; las variaciones de volumen para acomodarse al torso se realizaban hilo a hilo introducido por trama entre las fajas de un cilindro o emballenado muy estrecho. Aunque no podamos jurarlo, apostamos que se trataba del mismo corsé elástico que enumeraba Mme. Celnart, y del también llamado “corsé higiénico”, denominación que se explica a tenor de los ataques que los corsés recibían por parte de los intelectuales:

"No puede dudarse de la grande ventaja de estos corsés higiénicos que aflojándose espontáneamente con la sola presión de un resorte, ponen a cubierto a quien los usa de las opresiones y desmayos tan frecuentes en las funciones de invierno[14]".

El atributo higiénico vuelve a emplearlo un cronista para publicitar la fábrica madrileña de corsés La dos palabras (Hortaleza, 1) y nos descubre ciertos desarreglos fisiológicos derivados de su uso:

"No nos olvidaremos de la descripción minuciosa del corsé, tratado en el sentido de la moda, mucho más cuando los nombres de cintura-regente, emperatriz y otros se vienen usando hace algún tiempo, martirizando a las señoras que los usan, y aumentando de tal manera el bajo vientre, que tras ocasionar incomodidades, flatos y una monstruosa carnosidad, obligan a la paciente a usar el corsé faja inventado en Las dos palabras, establecimiento en que hemos tenido ocasión de ver uno capaz de contener una familia entera; y que es sin disputa el único establecimiento que ha logrado, a fuerza de estudio práctico, conciliar la higiene y la elegancia con la disminución de los vientres[15]".
Aquellas lenceras parisinas tuvieron que hacerse de oro, porque diez años después seguían fabricando nuevas variedades de su corsé, bautizándolo una y otra vez con nombres que sugerían diferentes empleos. Por ejemplo, del corsé de baños leemos:
"...invención que consiste sólo en unas ligeras nesgas, sostenidas por medio de unos cordoncitos delgados que suplen toda clase de ballenas, por ser destinados exclusivamente para los baños, las toilettes y los primeros días en los que se levanta una convaleciente, circunstancias todas que necesitan de cosas flexibles que puedan producir libertad en los movimientos[16]".
Vendían también el corsé de amazona para las aficionadas a la equitación, y otro llamado bonne femme:
"Su solo nombre indica toda la sencillez y la utilidad que reporta especialmente para viajar, pues que formado sin ballena alguna, ciñe perfectamente el talle, contorneándolo del modo más admirable y con la ventaja de no necesitar de nadie para ponérselo[17]".
La evolución formal del corsé puede resumirse como un paulatino acortamiento de su longitud. En los años treinta se fabricaban muy altos y molestaban en las axilas, y al mismo tiempo tan bajos que cubrían la zona superior de las caderas (figs. 1.11 y 1.12). Con la incorporación de los miriñaques y el ensanchamiento desmesurado de las faldas, los corsés tuvieron que recortarse por ambas extremidades, perdiendo las caderas y las sobaqueras. Se consiguió entonces el cuerpo femenino característico del Segundo Imperio, de tronco muy pequeño y busto adelantado (figs. 1.14 y 1.15).
El capítulo de las ventajas y desventajas del corsé merece un tomo aparte[18]. Entre los beneficios enumerados por los escritores de la época sobresale, no podía ser de otro modo, la gracia que confiere a la figura de la dama cuando convierte su cintura en un huso. Por si esto fuera poco, Hernando de Pereda lo encuentra además perfecto como sustituto de la gimnasia; lo mejor para:
"dar al cuerpo un aspecto conveniente e impedir que se contraiga la costumbre de posiciones defectuosas, supliendo de este modo en las jóvenes los ejercicios gimnásticos tan ajenos a su sexo[19]".
No obstante, ni él ni otros escritores eluden los peligros de esta moda constrictora. El Semanario Pintoresco Español ilustraba (fig. 1.13) y enumeraba en 1836 los siguientes:
"Respiración embarazosa y frecuente, palpitaciones de corazón, sangre mal renovada, y por consecuencia debilidad de los órganos, inflexión en la espina dorsal y desarreglo del talle; digestiones penosas, y por último enfermedades pulmonares[20]".
El mencionado Hernando de Pereda proporciona datos más crudos si cabe:

"Un corsé apretado comprime las costillas, dificulta los movimientos y la dilatación del pulmón. El Manual de la Salud dice, con referencia al corsé, que el abuso que de él se ha hecho, ha ocasionado la estancación de la sangre en los pulmones, la dificultad en la respiración, las toses habituales, la hemoptisis, los tubérculos, la tisis, los aneurismas del corazón y otras enfermedades[21]".
Y termina su comentario con una estadística escalofriante:

"De cien jóvenes que lleven corsé se calcula que 25 mueren de enfermedades de pecho, 15 sucumben de resultas del primer parto, 15 quedan achacosas después del parto, 15 pierden la pureza de las formas y 30 resisten, aunque no en completa salud[22]".
Diez años antes, las lectoras ya sabían que:

"Un sabio profesor de medicina ha formado una estadística de las muertes y enfermedades graves adquiridas a consecuencia del fatal uso del corsé, y resulta un número total superior al ocasionado por cualquiera epidemia[23]".

Se conocían perfectamente las enfermedades:

"Los vestidos deben ser holgados, sin que dejen de contrarrestar las influencias del clima en que se viva. El corsé es causa de infinitas afecciones de pecho, corazón y estómago, y está prohibido por los más célebres médicos higienistas: oprime los vasos sanguíneos y produce hipertrofias, aneurismas y tisis lamentables; lástima es que la moda sostenga con tenaz perseverancia ese infausto ceñidor, origen de tantas desventuras[24]".
Pero lo peor de todo era la cara que se te quedaba cuando te apretabas el corsé:
"No abuséis, pues, mis caras amigas, de la estrechura del corsé; os lo aconsejo, por vuestra salud en primer lugar, y en segundo, por vuestra belleza misma, no menos interesada en ello. Sí, os lo repito, de vuestra belleza; porque no solamente ganará vuestro cuerpo en gracia y naturalidad, sino que vuestro rostro conservará al mismo tiempo todos sus encantos[25]".
Todo ello no era óbice para que las niñas también lo utilizaran, pero Hernando de Pereda sale en su defensa:

"Que no usen nunca con muelles de hierro ni ballenas fuertes. Para éstas lo mejor son los corsés elásticos de alambre llamados escalas, de 12 cm de ancho, que les sujete el cuerpo sin molestarles ni impedir su desarrollo[26]".

La crinolinaEnagua rígida de crin y lino destinada a ahuecar la falda. El lino podía ser sustituido por cualquier otro material, de modo que nos parece más correcto, secundando a Max von Boehn, hablar de enaguas “crinolizadas”:

"Se inventó entonces la crinolización de las telas, es decir, que la franela, la lana y la seda y el casimir estaban tramados con crin de caballo de un modo tan invisible que las telas conservaban su aspecto pero se mantenían rígidas y sin arrugas[27]".
Desconocemos el origen exacto de las crinolinas. La condesa de Tramar, pionera de la historia de la indumentaria, lo sitúa a mediados de los años cuarenta y lo narra por medio de una anécdota atribuida a un tal M. de Morillière, que reproducimos:
"El miriñaque es una pieza de tela compuesta de crin y de lino. El primero que la tejió fue un cierto Oudinot, inventor del cuello corbata, pero no pensó nunca en la falda. La crinolina, nombre de esa tela, gozó al principio de gran favor, a causa de su rigidez, entre los militares y los magistrados. Más tarde el hombre civil se decidió también a aprisionarse el cuello (...) El miriñaque pasó la Mancha, y una hermosa noche de verano hizo su aparición en Londres. Una niña de la rubia Albión tomó, la víspera del primero de agosto de 1846, uno de esos cuellos corbata de Gaveston, su padre, e hizo con él un miriñaque a su muñeca; el efecto saltó a la vista de la señora Gaveston y al día siguiente la inglesa entusiasmada paseaba por Londres el primer miriñaque; toda la familia se dirigió aquel día a Cremorne Garden’s a visitar una exposición de floricultura, pero como a la salida la señora de Gaveston no pudiera pasar por la puerta todo el mundo creyó que se llevaba los tiestos. Y el público comenzó a gritar, ¡al ladrón!, lo que fue preciso que la señora Gaveston exhibiera el cuerpo del delito, el que como es natural fue acogido por una carcajada general. Aún se enseña en Cremorne Garden’s aquel recuerdo del 1º. de agosto de 1846[28]".

Esta leyenda debe considerarse digna de la historia del traje, a la que nunca faltan argumentos jocosos. En sintonía, una historieta explica que el verdugado español del siglo XV lo ingenió Juana de Portugal cuando quiso ocultar la preñez a su esposo, Enrique el Impotente[29]. Del miriñaque francés del siglo XVIII se cuenta que comenzó a difundirse entre las mujeres después de una representación teatral donde una actriz inglesa lo empleaba para despertar la risa en los espectadores[30].

La condesa de Tramar ha situado el nacimiento de la crinolina en 1846, pero François Boucher adelanta el invento hasta 1842[31], y Max von Boehn todavía un año más, hasta 1840[32]. En contra de estas hipótesis, unas noticias halladas en dos ejemplares de La Mariposa de 1839 nos obligan a retrotraer el nacimiento de la crinolina:

(1ª.) "La amplitud excesiva de los vestidos, y la pesadez consiguiente que resulta, han obligado a las modistas, hace ya mucho tiempo, a buscar un medio fácil, un procedimiento ingenioso para sostener tanto follaje, para evitar se aplastaran las ondas que forma la tela (...) Enumerar todas las tentativas que se han hecho (...) Limitámonos pues a decir que a pesar de algunos ensayos no del todo desgraciados, no se había obtenido aún el resultado apetecido. En el día, la ropa interior ahuecada, ya sea de crino-céfiro, tela de moderna invención para dicho objeto, u en su defecto otra cualquiera bien almidonada, nos parece que ha resuelto victoriosamente otro problema. Los pliegues bien calculados de la ropa interior, y distribuidos según las formas de cada cintura, se armonizan perfectamente con el ancho plegado del vestido, manteniendo todo el follaje de este, y doblegándose a todas sus ondulaciones. Nuestras primeras elegantes han adoptado al instante el uso de la ropa interior ahuecada, que obtiene una boga colosal[33]".

(2ª.) "Muchas han sido las personas que nos han pedido explicaciones sobre esta prodigiosa tela que tanta sensación ha causado entre las elegantes de París. Se nos han quejado que al dar cuenta de ella en el número 9, sólo la hemos indicado sin dar ningún pormenor interesante (...) Uno de los requisitos de belleza en el traje moderno femenino es lo esbelto en el talle, y la redondez de la inmensidad de pliegues de la falda que tiene que sostener un cuerpecito sutil y delicado (...) El crino-céfiro o bien la crinolina es una tela tejida de cerda, más con tal prolijidad que compite en finura con la holanda: fácilmente se concibe que esta tela debe ahuecar prodigiosamente, y ser en extremo fresca a causa del material que la compone[34]".
Moda muy breve si efectivamente comenzó hacia 1839, porque en 1843 un breve del Semanario Pintoresco Español anuncia su abandono[35] y, en efecto, durante los años siguientes y hasta 1846 aproximadamente, los figurines de moda que podemos encontrar en las revistas representan faldas sin enaguas molduradas. Sin embargo, también es probable que la crinolina ingresara mucho antes bajo las faldas femeninas. Desde 1835, cuando menos, en los grabados se representan faldas tremendamente infladas, aunque no podamos certificar si este efecto se lograba con diversas variantes de zagalejos (enaguas almidonadas, enaguas con volantes) o ya con una auténtica crinolina.


El miriñaque"Hoy que el miriñaque, al modo de lo que no en lejanos tiempos aconteció al cólera, se ha extendido por el mundo entero; hoy que constituye, como si dijéramos, una calamidad universal; hoy en fin que no se concibe que haya mujer sin miriñaque ni miriñaque sin su correspondiente mujer[36]".

Tontillo, guardainfante, sacristán, verdugado..., multitud de nombres que aluden a una cimbra interior que funciona como ahuecador de la falda. Para confundir al lector lo menos posible hemos decidido estudiar separadamente la crinolina y el miriñaque, pero debemos recordar que en Francia ambos artilugios compartieron la misma denominación, “crinolina”.
El miriñaque fue inventado por Auguste Person para eliminar bajo la falda toda aquella “impedimenta” que enumeraba Max von Boehn, remplazándola por una ligera jaula acampanada[37]. Una escritora de La Moda Elegante, Emmelyne Raymond, cuando redacta su artículo “Grandeza y decadencia de la crinolina” en 1865 (los franceses, ya lo advertimos, denominaban crinolina también al miriñaque), sitúa la invención del miriñaque en 1858, año en que, según la misma autora, alcanzó su forma acampanada de mayores dimensiones[38]. Sin embargo, dos historiadores del siglo XX han adelantado la datación: Boehn sitúa el origen del invento en 1856, y Boucher, quien apunta como posible inspiración de la jaula la red de nervios de hierro diseñada por el arquitecto Paxton para el Palacio de Cristal de la Exposición de Londres de 1851, propone fechas anteriores aunque no concreta ninguna[39]. De paso, nos aclara que Worth no fue su inventor; no sólo no lo ideó sino que nos consta que lo detestaba, e incluso se arrogó su muerte: “La revolución de 1870 es poca cosa en comparación con mi revolución, yo, que he destronado el miriñaque”[40].

Esta vez vamos a secundar a Boucher a pesar de que Raymond fuera contemporánea del miriñaque. Primero, porque las faldas que los grabados ilustran ya en 1854 son decididamente campanas[41]; y segundo, porque diversas fuentes documentales nos descubren que en 1856 algunas elegantes lo habían incorporado a su guardarropa. Por tratarse de fechas tempranas, estas noticias, como era de esperar, reprueban el uso de la jaula:
"El buen plegado del vestido y una enagua de algodón, de volantes, bien almidonada, remplaza con ventajas a la crinolina, y sobre todo a las malhadadas polleras[42]".

Un breve de una publicación de moda de 1857 defiende la crinolina contra el miriñaque:
"Hay diferentes tejidos, en efecto, que se sostienen con suavidad armando la falda en forma de tontillo, y sin la exageración que los aros y ballenas que figuran una especie de azufrador o jaula. El tontillo es distinguido, la jaula ridícula, y entre uno y otro hay un mundo de por medio[43]".

Para lectoras indecisas y posibles devotas de la novedosa jaula, la misma publicación en otro número nos presenta una anécdota disuasoria:
"Todos estos vestidos requieren una enagua bien acondicionada y que forme abanico, y no estarían bien los ahuecadores de acero o ballena, que nunca sientan bien, y que pueden saltar y romperse, comprometiendo a la que lo lleva (...). Es el caso, que en un vals se le rompió a una señorita uno de esos aros, cuya punta, traspasando el vestido de tul, vino a ensartar a su pareja por los faldones del frac, quedando el infeliz colgado como un pollo a la broche, es decir, el asador. Con una enagua que ahueque lo regular no hay exposición a estos percances, porque la gracia no necesita encerrarse en una coraza, ni dice bien a Venus la armadura de Marte[44]".

Pero hacia 1860 el miriñaque había copado el mercado y Raymond escribía en su crónica:
"Los ahuecadores de muelles de acero continúan la brillante carrera que hasta ahora han recorrido. Ellos son indispensables para sostener la amplitud siempre creciente de los vestidos y de los adornos de que van cargados[45]".

Del año 1861 encontramos una segunda noticia:

"Ante todo hagamos notar el inmenso éxito del ahuecador de muelles de acero en espirales de la casa Gille-Canat y compañía; él se sustenta maravilloso bajo los trajes amplios y espléndidamente adornados que hoy se llevan. Su desarrollo es elegante; se lava y se vuelve a armar con facilidad; los muelles que lo forman son de una flexibilidad extremada; es, en fin, el verdadero ahuecador de las grandes señoras, porque no diseña en la enagua ningún círculo desagradable[46]".
Recordemos que la cita con que abríamos este apartado pertenece al mismo año.

En tan poco tiempo, un lustro más o menos, salieron al mercado diversas marcas de miriñaques e incluso experimentaron una leve transformación morfológica: el miriñaque de 1860 se elaboraba plano por delante[47] (fig. 1.19 y 1.20).
España recibió el miriñaque casi al mismo tiempo que otros países europeos. Jean Descola recoge un documento de un visitante francés a nuestro país, Edgar Quinet, quien escribe en 1853:

"He encontrado bastantes cambios. La civilización ha progresado considerablemente, demasiado considerablemente para quienes pensamos en el color local. El miriñaque ha desplazado completamente a la antigua saya, tan bonita y tan inmoral. La gente se preocupa por la bolsa y se han abierto ferrocarriles. Ya casi no hay bandidos ni guitarras[48]".
Enseguida brotaron especialistas en miriñaques, las miriñaqueras. He encontrado un relato donde un miriñaque parlanchín nos explica los avatares de su vida:

"Nací en la muy noble corte de Madrid en el año de gracia de 1863, y bautizado con el nombre de Miriñaque de nesgas. Fui concebido en una tienda de la calle de la Montera (...). Salí de la tienda en piezas separadas y fui a parar a las delicadas manos de una modesta Miriñaquera[49]".
A lo largo de los años sesenta se incorporaron dos nuevos miriñaques de gran éxito. Uno que sólo alcanzaba la altura de las rodillas y desde estas se convertía en un gran faldón de volantes, visible cuando se le superponía una falda recogida; y otro de mayor boga que tan plano por delante como el de 1860, se prolongaba por detrás en cola, característico de los figurines de hacia 1863-1865 (fig. 023, 4º). Por fin, ya en 1864 apareció el último y más esquelético de los miriñaques jaula, una ligera cimbra de forma casi cónica que dará lugar a los trajes de línea princesa (figs. 1.20 y 1.23).

Quizás ningún otro elemento del vestir haya merecido nunca tantos detractores. Abundan las caricaturas que lo ridiculizan. El historiador del traje José de Puiggarí lo introdujo en 1886 en su célebre Monografía del vestido con las siguientes frases: “Por desgracia no tardó en descolgarse de extranjis el novel y famoso miriñaque, que echó otra vez abajo la reforma del gusto”[50]. En 1861, año de gloria del miriñaque, Eugenio de Ochoa enumeraba una retahíla de “ventajas”:
"Ventajas de estos vestidos son: 1ª desfigurar completamente a la persona que los lleva, igualando a la vieja con la joven, a la flaca con la gorda, a la bien con la mal conformada; 2ª ser extraordinariamente incómodos para la persona que los usa y para todos los que la rodean; 3ª consumir un incalculable número de varas de tela; 4ª imposibilitar el paso por toda puerta regular; 5ª exigir un coche entero para cada dama que va a un baile y quiere llegar bien hueca (el marido, el padre o el hermano pueden subirse al pescante, o a la trasera, o irse a pie, como gusten); 6ª... pero, ¿a qué cansarme? Sería el cuento de nunca acabar ir enumerando todas las ventajas de tamaño dislate”[51].

La crítica más contundente la elaboró nada menos que Schopenhauer en su Parerga y Paralipomena:
"Pero lo más repulsivo es la actual indumentaria de aquellas mujeres llamadas señoras, que han imitado a sus tatarabuelas y que supone la mayor desfiguración imaginable de la figura humana, además de hacer sospechar que bajo el paquete del miriñaque, que las hace tan altas como anchas, se concentra un cúmulo de inmundas evaporaciones por las que resultan no sólo feas y repulsivas, sino incluso nauseabundas[52]".

Apenas un librito de 1857, Defensa de la crinolina, elaborado por un médico de campaña, justifica y elogia el ahuecador aunque sea en términos irónicos. Reconoce su utilidad como medio para salvaguardar el honor de las mujeres adúlteras preñadas, como ocultador de defectos físicos y como soporte de ingenios ortopédicos y terapéuticos[53].
Para felicidad de todos ellos y por aburrimiento de ellas, el miriñaque dimitió de sus funciones a finales de los años sesenta. Fue remplazado por un nuevo ingenio de las infraestructuras que otorgaban a las extremidades femeninas una forma más caprichosa, el polisón.

[1] [1] Bibliografía específica de la ropa interior: Bouvier, Jeanne, La lingerie et les lingeres, París: G. Doin, 1928; Cunnington, Cecil Willet y Phillis, The history of underclothes, Londres: Faber and Faber, 1981; Deslandres, Yvonne, “Dessous féminins: les caprices de l’histoire”, en Peplos, nº. 14, 1984, pp. 46-49; Dufay, Pierre, Le pantalon féminin, París: Liibrarie des Bibliophiles Parisiens, 1916; ETienne, Mlle. M., Corset, gaine et soutien-gorge, París: J. B. Balliere et Fils, 1958 ; Ewing, Elizabeth, Fashion in underwear, Londres: B. T. Batsford Ltd., 1971; Ewing, Elizabeth, Dress and undress: a history of women’s underwear, Londres: B. T. Batsford Ltd., 1989; Leoty, Ernest, Le corset á travers les ages, París: P. Ollendorff, 1893; Libron, Fernand, et Clouzot, Henri, Le corset dans l’art et les moeurs du XIIIe au XIXe siècle, París: F. Libron, 1933; Saint-Laurent, Cecil, Histoire imprevue des dessous femenins, París: Herscher, 1986; Waugh, Norah, Corsets and crinolines, Londres: B. T. Batsford Ltd., 1954.
[2] Boehn, M., La Moda. Historia del traje en Europa desde los orígenes del cristianismo hasta nuestros días, 1945, Vol. VII, p. 53-54.
[3] Celnart, Mme., Novísimo manual completo de señoritas..., Madrid: Calleja, López y Rivadeneyra., 1857, p. 62.
[4] Celnart, Ob. Cit., p. 63.
[5] El Correo de la Moda, nº. 6, I/1852, p. 95.
[6] Celnart, Ob. Cit., p. 464.
[7] Hernando De Pereda, C., Manual de la costurera en familia. Madrid: Imprenta José María Pérez, 1877, p. 98.
[8] Gaceta de las Mujeres, nº. 4, 5/X/1845.
[9] Ídem, p. 466.
[10] Ídem, p. 487.
[11] Donzel, C. señala el nacimiento del primer corsé fácil de colocar sin ayuda de terceros en 1843, pero nosotros hemos encontrado noticias anteriores. Se trate o no del mismo corsé, no podemos saberlo /“Glosarie”, en SAINT-LAURENT, Ob. Cit., p. 276).
[12] Correo de las Damas, 11/VIII/1833, p. 55.
[13] Ídem, 20/XI/1833, p. 156.
[14] Correo de las Damas, 25/II/1834, p. 302.
[15] La Violeta, nº. 209, 31/XII/1866.
[16] El Tocador, nº. 2, 21/VII/1844, p. 29.
[17] Ídem, nº. 7, 15/VIII/1844, p. 111.
[18] Nosotros nos circunscribimos a las críticas aparecidas en España. Todo un rosario de críticas extraídas de publicaciones francesas puede encontrarse en: Perrot, P., Les dessus et les dessous de la bourgeoisie, Paris: Complexe, 1981, pp. 272-281.
[19] Hernando, Ob. Cit., p. 211.
[20] Semanario Pintoresco Español, nº. 4, 14/4/1836.
[21] Hernando, Ob. Cit., p. 100.
[22] Ídem, p. 101.
[23] La Mariposa, nº. 18, 17/I/1867, p. 3.
[24] López De La Vega, Dr., “Higiene doméstica”, La Guirnalda, nº. 10, 16/V/1867, pp. 77-78.
[25] La Guirnalda, nº. 75, 1/II/1870, p. 18.
[26] Hernando, Ob. Cit., p. 212.
[27] Boehn, M., La Moda. Barcelona: Salvat, 1825, vol. VII, p. 51.
[28] De Tramar, Condesa, La moda y la elegancia, París, Garnier Hermanos, p. 76. Con menos detalles pero idéntica en lo esencial puede hallarse en el muy serio libro de Libron (Ob. Cit., p. 93), así que debemos tomarla por cierta.
[29] Cf. Bernis, C., “El traje burgués”, en Menéndez-Pidal, G., La España del Siglo XIX vista por sus contemporáneos, Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1978, vol. I ,p. 38.
[30] Cf. Boucher, F., Historia del traje en occidente desde la antigüedad hasta nuestros días, Barcelona: Montaner y Simón, 1967, p. 295-296.
[31] Ídem, p. 376.
[32] Boehn, Ob. Cit., vol. VII, p. 50.
[33] La Mariposa, nº. 9, 30/6/1839,p. 70-71.
[34] Ídem, nº. 12, 30/7/1839, p. 89-90.
[35] Semanario Pintoresco Español, nº. 47, 19/XI/1843, p. 378.
[36] Flores Arenas, F. , “Judiada contra el miriñaque”, en La Moda, nº. 31, 4/VIII/1861, pp. 437-438.
[37] No se sabe con seguridad, pero tradicionalmente se atribuye a Person, quien posiblemente vendió la patente a Tavernier, el primer fabricante. Cuando Person murió en 1905 los periódicos lo despidieron como el inventor del miriñaque (Libron, Ob. Cit., p. 96-98).
[38] Raymond, E., “Grandeza y decadencia de la crinolina (ahuecador)”, en La Moda Elegante, nº. 37, 12/IX/1865, p. 200.
[39] Boucher, Ob. Cit., p. 380.
[40] Ídem, p. 376.
[41] P. Perrot apunta la misma fecha, 1854 (Les dessus et les dessous de la bourgeoisie, Paris: Complexe, 1981, p. 194).
[42] El Correo de la Moda, nº. 172, 31/VII/1856, p. 244.
[43] Ídem, nº. 215, 24/VI/1857, p. 184.
[44] Ídem, nº. 189, 8/XII/1856, p. 396.
[45] La Moda Elegante, nº. 12, 1861, p. 91.
[46] Ídem, nº. 31, 4/VIII/1861,p. 438.
[47] Raymond, Ob. Cit., p. 200.
[48] Descola, J., La vida cotidiana en la España romántica (1833-1868), Barcelona: Arcos Vergara, 1984, p. 54.
[49] La Mariposa , nº. 19, 2/II/1867, p. 5-7.
[50] Puiggarí, J., Monografía histórica e iconográfica del traje, México, Cosmos, 1974 (1886), p. 264.
[51] De Ochoa, E., París, Londres y Madrid, París: Baudry, 1861, pp. 501-502.
[52] Cit. Fuchs, E., Historia ilustrada de la moral sexual, Vol. III, “La época burguesa”, Madrid: Alianza Editorial, 1996, p. 163.
[53] Défense de la crinoline, par un médecin de campagne, Paris: Maillet-Schmitz, 1857.

2 comentarios:

Eloisa Benítez Millán dijo...

Me encanta todo lo que expones.
Continua porque son temas preciosos cuando uno ( yo ) sigue la historia de la mujer y en este caso, acondiciono mi persona, mi manera de vestir a toda la historia.
Mis saludos
Eloisa Benitez Millán

Joaquin dijo...

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